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“Hemos perdido autonomía porque toda nuestra información está en manos ajenas”

Entrevista a Víctor Sampedro en el periódico digital Infolibre, a cargo de la periodista Lara Carrasco, publicada orginalmente el dos de marzo. A continuación la reproducimos íntegramente, aunque se puede leer también en el siguiente enlace.


“Las primeras y últimas páginas de este libro quieren infundir esperanza. El resto critica con dureza las mentiras de la publicidad digital“. Así se presenta Dietética digital. Para adelgazar al Gran Hermano, el último libro del catedrático de Comunicación Política y Opinión Pública en la universidad Rey Juan Carlos Víctor Sampedro. En formato de “manual de autoayuda y autodefensa”, sus 259 páginas pretenden servir de revulsivo a los ciudadanos “sobresaturados” de “obesidad digital” para que abran los ojos respecto al peligro que puede suponer Internet y las redes sociales –o, más bien, las redes “industriales y comerciales”, como las define Sampedro–. Por eso, asegura que él ya ha comenzado su “dieta”.

Y, como recomienda seguir sus pasos, el libro quedará liberado en la página web de la obra, donde se publican los distintos capítulos y los consejos –o “menús”– para controlar al ojo digital que todo lo observa. infoLibre habla con Sampedro para conocer cuáles son los peligros de las nuevas tecnologías y cuáles son las herramientas adecuadas para combatirlas.

P. Acaba de conocerse la noticia de que Facebook ya tiene los datos personales de casi la mitad de los europeos, ¿qué peligros tiene esto?

R. Lo que ocurre es que hemos perdido autonomía porque toda nuestra información está en manos ajenas y sus intereses pueden ser opuestos a los nuestros. Obviamente, una empresa siempre va a intentar sacar el máximo lucro. Entonces, si como en la actualidad, funcionan en un ambiente de alegalidad, desde el pago de impuestos hasta las leyes de anonimato o de preservación de la privacidad, estamos literalmente en sus manos. Lo que se dice en el libro, textualmente, es que “estamos vendidos”. Utilizamos aplicaciones que son gratuitas pero cuyo coste es muy alto en cuanto a pérdida de soberanía y autonomía. Todo lo que podamos hacer está previsto, puede ser calculado y puede ser rentabilizado por otros.

P. Esto se relaciona directamente con el subtítulo del libro, Para adelgazar al Gran Hermano, ¿estamos vigilados por Internet y las redes sociales?

R. Si hablamos en términos más precisos, el Gran Hermano Estado nos controla a todos, y el Estado más grande, que es Estados Unidos, tiene una primacía que se traduce en lo que se llama “imperialismo tecnológico”. El hardware, los equipamientos y las infraestructuras de Internet están controladas por Estados Unidos. Rusia puede hackear, puede hacer campañas de ciberguerra, etc., pero Estados Unidos es hegemónica. El Gran Hermano nos monitoriza en tiempo real. Entonces, el Estado –y el poder político– construye perfiles que son conjuntos homogéneos de usuarios con las mismas preferencias, gustos o hábitos. De esta manera, puede, de forma muy rápida, identificar a la disidencia y criminalizar algunos discursos y algunas voces en Internet. Este Gran Hermano Estado está casi subyugado por el hermanastro mercado.

Las GAFAM son las cinco compañías tecnológicas por excelencia: Google, que monopoliza los buscadores y los sistemas operativos de nuestros móviles; Amazon, que es el proveedor de bienes y servicios; Facebook, que es la mal llamada red social porque, en realidad, es una plataforma de estudios de mercado en tiempo real y márketing altamente personalizado y con una enorme capacidad de persuasión; Apple, el otro hardware, que además es cerrado, es decir, construye una serie de servicios asociados a sus máquinas, que hacen cosas que nosotros no controlamos; y Microsoft, sistemas operativos. Todo esto lleva aun nivel de dependencia por parte de la población mundial que no ha habido jamás. Es una dependencia en la que, además, colaboramos. Ese es el problema. Hasta ahora, los perfiles se hacían con poblaciones, por ejemplo, perseguidas. En el mundo del colonialismo había una serie de perfiles de poblaciones colonizadas más o menos afines al imperio. Obviamente, lo que había era una lucha por no ser identificado, por no colaborar. Ahora, a no ser que utilices software libre y te encriptes, es imposible. Y, aun así, no puede ser una encriptación comercial porque sería fraudulenta. Es decir, todas las promesas de privacidad y anonimato en nuestras comunicaciones son diaria y masivamente vulneradas.

P. En el libro explica también que “el contexto digital fomenta la autocensura par amoldarnos al formato publicitario”. ¿La red nos ha convertido en marcas?

R. No es la red, es una red determinada. Antes sí era la creación de comunidades que habían construido Internet con un código y unos protocolos de comunicación abiertos entre las máquinas, es decir, se podían supervisar. Estas, además, eran redes distribuidas. Es decir, ninguno de los nodos tenía capacidad para cortocircuitar o controlar el resto de la actividad en la red. Las GAFAM, en cambio, son redes corporativas encaminadas a hacer negocio y no a fomentar la libertad de expresión. Estas no son redes sociales, no sirven para atender a una comunidad, sino para hacer negocio. No hay nada malo en esto, el problema es que digan que construyen comunidad y que tienen un carácter social cuando en realidad son redes industriales y mercantiles. Además, emplean el código cerrado, por lo que este no es accesible para ser supervisado. Con él, realizamos una serie de funciones que ni siquiera percibimos y que, por tanto, ni siquiera autorizamos. Por ejemplo, la localización en tiempo real de nuestro recorrido cotidiano a través del sistema Android de nuestros teléfonos móviles. Estamos rastreados, de manera que pueden saber, incluso, el perfil que tenemos, si es ansioso o es relajado.

En cuanto a si nos hemos convertido en marcas, las redes lo que hacen, fundamentalmente, es proponernos un formato autopublicitario de autobombo y autopromocional. Las redes sociales, que están en las antítesis de los medios sociales, son una plataforma de algoritmos creados para mentir, para impactar y para secuestrar la atención de la gente. Se crean para minar sus datos y rentabilizar todas sus comunicaciones interpersonales y aprovecharse de la reputación y la credibilidad que ya no tienen las empresas. Entonces, nos convertimos en propagandistas de aquello que, como dice Marta Sanz, nos mata y nos envenena. Incluso cuando trolleamos y viralizamos mensajes del máximo troll por excelencia, el Bonaparte digital, que es Trump. Cuando caemos en la trampa de viralizar –vía Whatsapp, Facebook, Twitter, etc.– las falacias de este individuo estamos, en primer lugar, perdiendo iniciativa porque vamos a remolque; en segundo lugar, alimentándolo, porque él se nutre de nuestro odio y de nuestras críticas; y, en tercer lugar, dándole un montón de información a él y a otros que puedan pagar para cambiar nuestras actitudes o, lo que hizo en campaña electoral, desincentivar nuestro voto. Ofrecer un espectáculo electoral y un discurso tan truculento y obsceno aleja a gran parte del electorado de las urnas.

P. Entonces, lo que se observa en Internet, ¿es realidad o ficción?

R. Todo lo que vemos en Internet lo hemos visto previamente en la televisión digital. Este es uno de los pilares del argumento del libro. Todo lo que queramos saber con lo que va a ocurrir con nuestras formas de representación y participación en las redes digitales ya lo tenemos en los realities y en la mal llamada telerrealidad. De hecho, esta pervive ahora porque se apoya en las redes digitales. Si tenemos eso en cuenta, lo primero que vamos a hacer nosotros es autocensurarnos porque nos tenemos que amoldar a un discurso que es autopublicitario y que busca las mayorías. Es decir, no queremos ser expulsados del espectáculo, que nos da visibilidad, ni queremos ser una marca perdedora. Esta es una posición de subordinación enorme, sobre todo cuando uno tiene en cuenta las promesas de la teledemocracia, la democracia del mando a distancia. Gracias a ella, por fin en los realities nos íbamos a poder presentar tal y como queríamos, con los problemas formulados desde nuestros intereses, sin paternalismos. La gente del pueblo iba a poder expresarse. Sin embargo, en realidad se siguen los patrones que imponen unos guiones y unos roles de participación claramente diferenciados entre el ganador y el perdedor y con unas estrategias de darwinismo social, es decir, de lucha contra los demás, donde no hay lugar para las solidaridades, los compromisos y las reciprocidades. El único compromiso es el de construirte una marca. De vencedor, además. Se trata de una marca de celebrity, que puede ser en positivo o en negativo, como un troll.

P. Del mismo modo que los ciudadanos vivimos en un Gran Hermano, tal y como sostiene en el libro, ¿no utilizamos Internet y las redes sociales como un arma de vigilancia de los poderes públicos?

R. El  libro no apuesta en ningún momento por cerrar Internet, ni mucho menos por prohibir los móviles o no hacer realities. El libro apuesta por lo que muchísima gente ya está haciendo, aunque de forma invisibilizada. Se trata de reprogramar en dos sentidos. La primera: hay un montón de gente que está vehiculando otras formas de representación que, además, no nos colocan en el plano del individuo neoliberal que lucha contra el resto en una competición sin normas y que se siente culpable si no ha logrado reconocimiento. Hay mucha gente que está produciendo y consumiendo programaciones alternativas pero el problema es que sus plataformas de difusión no son ni HBO ni Netflix. Nosotros apostamos por programarnos –porque tenemos posibilidad de hacerlo– para ver contenidos que sean más afines a nuestros intereses. Hay una segunda versión: reprogramar, es decir, configurar nuestros dispositivos para que hagan lo que queremos y reformular los formatos para contar lo que nosotros necesitamos expresar y oir. Esto se traduciría en lo siguiente: liberar la carga del móvil, la capacidad y la memoria que viene asociada a aplicaciones que te rastrean y que no te producen ningún beneficio. Pagamos por ser monitorizados y espiados. Todo esto es factible, tenemos gente a nuestro alrededor que sabe hacerlo, pero no hacemos talleres sobre ello.

P. Pero hay voces que defienden Internet como arma de vigilancia, ¿esto es cierto?

R. Obviamente, Internet ha abierto la capacidad de acceder, producir y diseminar conocimiento. En este país, Internet –y los estudios así lo confirman– ha servido, primero, como foro de movimientos sociales, y luego de fuerzas políticas y de medios de comunicación independientes que plantean una agenda alternativa. Pero no son los órganos del poder, no son los usos tecnológicos ni los dispositivos ni las plataformas más frecuentadas. Nuestro carácter de marginalidad se está incrementando paso a paso, aunque a veces parezca lo contrario. El nivel de monopolio de facto que están teniendo las GAFAM sobre nuestras pautas de consumo y hábitos cotidianos es muchísimo mayor de la que jamás podremos sospechar. Esa capacidad de monitorizar en tiempo real a enormes conjuntos de poblaciones se consigue gracias a una tecnología que estaba pensada justo para lo contrario. Internet se creó para no poder ser controlada y, además, para permitir un contrapoder ciudadano. Así lo dicen quienes lo diseñaron, que querían garantizar la capacidad de decir “no”, de negarse, de desobedecer. Precisamente para aquellas poblaciones más amenazas por el poder.

Si uno repasa, por ejemplo, cómo se han utilizado las redes sociales en las revoluciones del Magreb o de la Primavera Árabe, uno se da cuenta de que Internet sirvió para expresar una oposición que estaba silenciada, para convocar manifestaciones, para establecer lazos con las comunidades que había en el extranjero –lazos de solidaridad– y también para expresar una opinión pública internacional contraria a estos autócratas. Más tarde, estas mismas empresas [las redes sociales] se plegaron porque, obviamente, tienen que funcionar en mercados controlados totalmente. De esta manera, se convirtieron en unos dispositivos básicos de identificación de los opositores para su posterior represión. La máxima expresión de esto es China. Si buscas Tiananmen desde allí lo máximo que encuentras son recomendaciones turísticas; si lo haces desde España, lo primero que aparece son las revueltas que hubo y el levantamiento popular que fue masacrado.

P. En este sentido, en el libro afirma que “la industria digital ha generado un ecosistema de comunicación al servicio de la persuasión y no de la información”. Hay quienes sostienen que gracias a las redes sociales se puede estar más informado y, sobre todo, más rápido.

R. Si se entiende que se está más informado porque hay más cantidad de mensajes etiquetados como información y recibidos en tiempo récord, podríamos afirmar eso. Pero esta es una definición basada en la cantidad y en la rapidez, que nunca fueron buenos consejeros de la verdad, de la objetividad o, al menos, de los mensajes trabajados con la intención de defender los intereses de alguien que te paga por un trabajo periodístico. Todo el debate de las fake news está completamente sesgado porque no reconoce que el mayor número que existe son noticias de marca disfrazadas de información. Por primera vez en la historia del periodismo, las noticias ya no se sirven de la publicidad. Antes se contaba con una cartera de publicidad para poder realizar la labor de crítica con cierta independencia económica, que es la que te permitía descubrir escándalos y pedir rendición de cuentas muy incómodas de hacer si se tiene dependencia.

El problema es que ahora todo nuestro entorno es publicitario. Llamamos medios sociales a lo que son plataformas de identificación de potenciales clientes que, además, ponen a trabajar a los usuarios para que esa persuasión sea todavía más efectiva. Entonces, las fake news son el resultado de un montón de compañías disfrazando las noticias de publicidad y, por otra parte, de una serie de actores sociales que han copiado las estrategias de los movimientos sociales y que las emplean con inmensa capacidad económica para difundir aquellas noticias que los algoritmos de Facebook o de Twitter van a viralizar. ¿Y por qué van a hacerlo? Porque van a crear más flujo de comunicaciones y, por tanto, más datos. Esos algoritmos explotan lo peor de nuestra psique y lo peor de nuestras tendencias, es decir, explotan autocomplacencia, discursos endogámicos que refuerzan los prejuicios, etc. De esta manera, inducen o miedos paralizantes o falsas esperanzas, que no son nada más que publicidad.

P. Pasando a la televisión, en el libro aparece el concepto McTele. ¿Qué significa exactamente?

R. Lo que proponía la tecnología digital en el arranque del siglo XXI era que la televisión iba a ser del pueblo, que iba a votar ya no solo con el mando a distancia –que, según ellos, era lo que veníamos haciendo al elegir los programas que decían gustarnos, aunque la oferta era muy limitada–, sino compareciendo en los programas de televisión. Así, seríamos los representantes de nuestra propia historia. Esa tecnología digital, en principio, sería interactiva, es decir, permitiría que tanto el emisor como el receptor controlen el mensaje con idéntica capacidad. Esto no ha ocurrido. Un ejemplo es Operación Triunfo. Se dice que se hace una función social cuando en realidad es una función empresarial. Se dice: “Estamos aumentando la cultura musical de los concursantes y enseñando música a la gente”. Así, llegan a llamar academia a lo que es una productora discográfica que fabrica futuras estrellas de la canción. Hay otro añadido, y es que abre la agenda a temas, por ejemplo, LGTBI. A eso se le llama revolución sexual, pero al mismo tiempo se censuran conversaciones en las que se recuerda que en España no hubo ninguna ley de matrimonio homosexual por el PP. O se reivindica a Víctor Jara pero no se dice en ningún momento que la Audiencia Nacional impidió que quien le mató, Pinochet, rindiera cuentas por crímenes de lesa humanidad.

P. ¿Se nos enseña hasta donde les interesa?

R. Claro. La teoría del espejo significa que todo lo que se ve en una pantalla nunca es real, sino que es una construcción que responde a un proceso de producción determinado en el que el primer paso es la selección, que siempre censura porque enemista con quienes llevan la televisión pública desde la que te estás haciendo un magnífico negocio. O resulta un contenido demasiado político que a lo mejor aleja a un cierto sector de la población que no tiene ninguna gana de hablar de crímenes de Estado o de lesa humanidad. Así, se busca un mínimo común denominador y estereotipos más o menos reales y encarnados por gente real pero que pierde el protagonismo en base al guión que le has impuesto. Además, las condiciones laborales y las condiciones de representación legal están anuladas. La telerrealidad es una empresa de trabajo temporal con precarios no asalariados a los que se secuestra en un régimen de semi esclavitud. ¿Por qué se habla de McTele? Porque la culpa no es de la gente que concursa ni de la que ve esos programas. La razón por la que esto es así es un sistema de producción determinado llamado Mcdonalización y que se empleó, primero, en la comida rápida. Esto se resume en lo siguiente: hagamos una inmensa cadena de montaje en la que trabaje también el consumidor. Es decir, se pone al televidente o al concursante a trabajar a destajo para nosotros, que sean nuestros propagandistas, que nos lleven el programa, etc., y nosotros le damos el formateo final que más nos interesa.

Las redes hacen exactamente lo mismo. Lo que tienen es un guión no explícito, una interfaz que te lleva seguir determinados itinerarios en la página. La gente que diseñó esas webs lo hizo con la intención de mantener al máximo número de gente conectada generando datos y conexiones que fueran lucrativamente interesantes. Eso, claro, es a costa de los tiempos y los espacios sociales. La industria digital es una industria extractiva a lo bestia en la que todos estamos trabajando sin darnos cuenta hasta que acabamos agotados y esa aplicación desaparece. Es decir, son empresas que llegan con sus aparatos de extracción, explotan hasta la extenuación los recursos que hay –que en este caso son nuestras conversaciones sociales y nuestra atención– hasta que lo saturan de tal modo que tienen que encontrar un nuevo mecanismo y un nuevo lugar de explotación. Es también muy parecido a lo que ocurre en los realities, que son los únicos programas de televisión que tienen una fecha de caducidad predeterminada. Son industrias extractivas cuya sostenibilidad es muy grande en la medida en que van creando nuevas plataformas donde registrar y monitorizar cada vez mejor. Además, todas están recubiertas de un halo de novedad que no es tal. Por ejemplo, las promesas de encriptación y las promesas de que no va a haber un monopolio en la gestión del Big data son completamente falsas y fraudulentas. No son reales.

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