Dietética Digital Libre

La ‘Pechotes’ o el Internet de las chonis

Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. El dicho subordina el protagonismo público femenino al masculino. Relega a las mujeres al fondo de la casa (la cocina y el dormitorio) y a formar parte de un decorado (mueble y adorno). La desigualdad de género sigue vigente en el espectáculo digital. “La chica” del pequeño Nicolás es la “acompañante”, comparsa de alcoba y complemento para exhibir en sociedad. Funciones inherentes a una “mujer pública”. El adjetivo suena vejatorio, pero se convierte en elogio si se aplica a un macho. En principio, las compañeras de los hombres públicos merecen más respeto (o, al menos, consideración) que ellos. Los papeles y los sacrificios que les exigen son más duros. Y están mucho peor pagadas.

Isabel Mateos, conocida como ‘La Pechotes’, apareció en los medios como la novia del Pequeño Nicolás. Cobró existencia pública sin una entidad propia, por estar ligada a él. Tuvo una breve carrera televisiva, interrumpida (dicen los comentaristas) por el desastre de dentadura que lucía. Reapareció operada en Instagram. Allí no enseñaba tanto los dientes como “hacía honor a su apodo”, según la sección de Hot Girls (Chicas calientes) de una de web española de famoseo. A pesar de la inversión en dentista, los pechos eran los atributos más destacados en el selfie.

Isabel Mateos antes y después de arreglar su dentadura.

El texto que publicó Isabel en Instagram el 8 de marzo de 2015, acompañando la foto de la derecha, es un alarde narcisista. El yo, reducido al cuerpo, lo ocupa todo. Se convierte en la única fuente de autoestima.

Y me he querido, me quiero y me querré. Como declaración de independencia sobre la república, de mi cuerpo. Como el primer mandamiento de mi estilo de vida. Porque el primer paso para que los demás nos quieran es quererse a uno mismo. Feliz día de la mujer (Reaparecía el día oficial del feminismo. ¿Coincidencia?).

Tres “me” preceden los tres primeros verbos. Revelan un ensimismamiento considerable. Egocentrismo en estado puro. El querer se conjuga en pasado, presente y futuro. Y tiene como destino un yo, un ego que se manifiesta autocomplacido, contento consigo. Tanto que realiza una “declaración de independencia” sobre un reino exclusivo. El territorio conquistado y gobernado es “mi cuerpo”.

La dimensión física se antepone y borra las demás facetas personales. No se mencionan, parecen inexistentes o prescindibles. El cuerpo femenino se autoproclama “república”. Con un sentido tan ambiguo como el del anuncio de Ikea que plagia (“La república independiente de tu casa”). ¿Quiere decir que en su cuerpo solo manda ella? Contradeciría sus otros argumentos.

El cuerpo no se expresa en términos de autoestima. Isabel adopta para sí el tono de una terapia de autoayuda o una consejera sentimental. Y dice que “quererse” es el “primer mandamiento” de un “estilo de vida”. Esa vida se hace depender de la valoración ajena. No se asienta en la estabilidad que da reconocerse y reconciliarse con una misma. Ser consciente de las carencias y capacidades, mostrándose coherente, con unas y otras. Aceptándolas y aceptándose. Al contrario, lo que pesa en la aspirante a celebrity es la valoración ajena. Y le supone una carga enorme.

Nos debemos querer, dice Isabel, “para que los demás nos quieran”. No porque lo merezcamos por el mero hecho de ser personas. O, en plan narcisista, porque estemos seguras de lo que valemos. En el “estilo de vida” digitalizada, el afecto y el (re)conocimiento dependen de los demás. Por eso, todos los estudios señalan que la inseguridad y las carencias emocionales incitan el uso desaforado de las redes. Y que la gente se siente más feliz, segura y concentrada después de tomarse una semana de abstinencia.

Isabel se autopromociona arrogándose una identidad de género bastante endeble. Usa mal y trivializa las tesis de un supuesto nuevo feminismo. Propugna que la autoestima femenina es compatible con los patrones de la belleza que imperan. La mujer debe asumirlos e interiorizarlos. Usarlos en su provecho, empleando su atractivo físico como arma ofensiva en la guerra de sexos. El manifiesto de independencia corporal refleja estas tesis y su inconsistencia.

Isabel plagia un anuncio de muebles cuando declara su cuerpo una república. Adopta un formato publicitario. Se promociona reducida a cuerpo. ¿Se identifica como objeto ornamental o pieza mobiliaria? Eso se llama cosificación, presentarse como mujer objeto. ¿Eleva su cuerpo al estatus de nación y república? Entonces lo glorifica, así que cualquier sacrificio para mantenerse atractiva será poco. Canta la Guardia Civil “Todo por la patria”. E Isabel añade: “Y por el cuerpo (mío)”.

Un último detalle resulta revelador, “el primer paso para que los demás nos quieran” se formula en masculino: “quererse a uno mismo”. La chica parece incapaz de aplicar la forma reflexiva del verbo querer en femenino: “quererse a sí misma”. El lenguaje y el afecto siguen siendo masculinos. Encima, termina felicitando “el día de la mujer”. Las reclamas feministas quedan recluidas a una única jornada. Un ritual del calendario. Sin sentido, si no se extiende a todo el año.

Este es un ejemplo de cómo se forma una identidad digital femenina, individualista y superficial, que cuantifica su valor mediante likes, en función de los atributos estéticos impuestos por el patriarcado. Frente a esta identidad, que supuestamente empodera a las mujeres, el feminismo construye alternativas identitarias, también digitales.

El feminismo, todos los días del año, intenta marcar la agenda mediática y generar debate en las redes. Demuestra que es posible crear una identidad (digital) colectiva. La campaña #Metoo contra el acoso y el abuso sexual es prueba de ello en las redes. Antes, en las calles, la Marcha de las Mujeres fue la primera reacción contra un recién investido Donald Trump.

Pero el entorno digital, sin anclaje físico no vale para mucho. Las redes sociales que de verdad importan se tejen mediante relaciones de carne y hueso, con presencia física. Una vez asentadas, lo online amplifica y retroalimenta dichas relaciones. El 15M o las Mareas Ciudadanas fueron ejemplos genuinos de esta retroalimentación. El movimiento feminista recogió el testigo, y el resultado queda a la vista en la histórica jornada de este 8M.

Mientras tanto, la carrera televisiva y en las redes de Isabel Mateos, contrastan con la del pequeño Nicolás: sueldo millonario en Gran Hermano VIP y cientos de miles de seguidores. Él hizo el recorrido inverso. Y ella nunca alcanzará esos números ni a cobrar lo mismo en un reality.

A la ‘Pechotes’ le faltaban las verdaderas “redes sociales”. La trama de influencias e intercambio de favores que manejaba Nicolás: una agenda de teléfonos importantes. Una vez más, las redes físicas marcan la diferencia. Contactos a los que llamar en horas intempestivas para organizar saraos, concertar negocios… Para poder cantar, en fin, con Alaska que llevamos “una gran vida social”.

En los eventos de “su novio” (o apoderado o lo que fuese para ella), Isabel era la acompañante, una chica de compañía. Saltó a la fama mientras trabajaba como “relaciones públicas de una discoteca y organizando eventos privados”. Para un perfil así, las redes añaden desigualdad digital. No promocionan a quien apenas cuenta con un cuerpo y la cámara del móvil.

La Pechotes sufrió el espejismo del selfcasting. Bastantes canis y chonis creen que triunfarán con un millón de selfies y de seguidores. Se tragan el cuento de la telerrealidad, reactualizado con nueva tecnología. Sueñan pasar del selfcasting al youtubing.

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