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La cultura troll

Os dejamos esta interesante entrevista realizada a Víctor Sampedro por la revista La Penúltima y que publican en su número sobre Cultura Política. Es una conversación sobre Donald Trump, la cultura troll que ha proliferado en los últimos años en las redes comerciales y el régimen de la pseudocracia (el gobierno de la mentira) que ha resultado de ello. Además, se apuntan algunas líneas sobre las que trazar alternativas digitales críticas.

Lo podéis leer en la web de La Penúltima en este enlace.

A continuación, reproducimos íntegramente el texto.


Víctor Sampedro (Viveiro, 1966) es un pensador de la comunicación. Referencia intelectual en su campo, este profesor de la Universidad Rey Juan Carlos introdujo, hace más de quince años, el concepto de Mc Tele. Hoy día, como nutricionista experto en prevenir empachos mediáticos, nos propone un menú gourmet contra la tiranía de los algoritmos 2.0.

El escándalo de Cambridge Analytica señaló que Trump hizo uso de millones de datos personales recopilados a través de Facebook para influir decisivamente en las elecciones presidenciales de 2016. ¿De qué modo utilizó esos datos?

Lo importante de Trump es que es canónico y paradigmático. Es el símbolo, el icono de una arquitectura de comunicación digital. No arranca en las redes, arranca previamente en los reality shows: catorce años haciendo reality shows para posicionarse como el empresario de éxito que dará empleo y que dará capacidad económica a las masas populares de Estados. Son catorce años proyectando esa imagen. La centralidad de la televisión en lo que es el sistema híbrido de comunicación actual (medios antiguos y medios modernos o contemporáneos, de medios convencionales y digitales) es total. Para que el flujo en las redes tenga impacto social, acumule atención pública suficiente y tenga impacto institucional suficiente se necesita llegar a la televisión. Su campaña es muy interesante: con el apoyo de Putin y de otros actores, lo que haces es, en vez de motivar a sus propios votantes, que también, con fake news, desmotiva y desmoviliza al electorado de Hillary Clinton, la cual obtuvo tres millones de votos más que Trump. Tres millones de voto popular, de ciudadanos y ciudadanas estadounidenses. Lo que hace es dirigir una serie de mensajes que están testados previamente. Esto es lo que permite el big data: testar aquellos mensajes que tienen más impacto en no solo nuestras actitudes, sino también en nuestros posicionamientos y en nuestros comportamientos. Gran parte de la actividad que hacemos (compras, firmas, adhesiones políticas, asistencia a convocatorias, gustos y preferencias de todo tipo) queda registrada en la red. Él mandaba distintos mensajes a grupos votantes de Hillary Clinton para desmovilizarlos. La campaña electoral digital se transforma en estrategias de desmovilización del contrario en vez de argumentación y convencimiento de la opinión pública. Lo cual es una quiebra total de lo que es el principio democrático de soberanía popular.

En la mitología escandinava, los troles eran conocidos monstruos malignos que habitaban en bosques o en las grutas. Con el uso de Internet, este concepto se ha transformado y extendido a un arquetipo de comportamiento destructivo en las redes. ¿Cómo se comporta un trol? ¿En qué medida somos partícipes de la cultura del troleo? ¿Favorecen las redes digitales este tipo de conductas?

Buena pregunta. El troll político que acaba convertido en el césar digital, lo que hace es aprovechar el sistema comunicativo digital de la pseudocracia a su máximo nivel. “Pseudocracia” viene de “pseudo-” que es “mentira”, y “-cracia” (“poder”). El poder la mentira. Y la mentira siempre ha formado parte del ejercicio del poder, que nunca puede cumplir todas sus promesas y sus líderes tampoco pueden estar siempre al nivel de la imagen pública que proyectan. El problema ahora con la pseudocracia es que nosotros somos propagandistas, nosotros redifundimos, nosotros nos entretenemos dando voz a aquellos que copan mayor visibilidad en las redes sociales. Eso último se logra también con dinero, no se logra única y simplemente convirtiéndose en una marca digital por tus propios méritos, esto no es verdad. Lo que tienes que tener es un equipo de campaña lo suficientemente fuerte como para comprar datos, como para elaborar mensajes dirigidos a los sectores de votantes que quieres movilizar y desmovilizar, tienes que tener bots (robots y una cadena de sitios que produzcan pseudoinformación, mentira, mensajes al margen de la realidad) y lo tienes que hacer de un modo sensacionalista. No importa que te contradigas, no importa que eso no guarde relación con la realidad, lo que importa es capturar la atención. Estamos en la economía de la atención. Y estamos comunicándonos a través de redes que intentan secuestrar nuestra atención para vendérsela a los anunciantes. Para volver al comienzo: el troll político por excelencia se acaba convirtiendo en césar digital gracias a sacar provecho máximo de sus inversiones de capital, de redes sociales, de los capitales típicos del líder político por antonomasia pero impulsados por nuestras propias mentiras, a través de sus mentiras redifundidas por nosotros. En este sentido la pseudocracia es un régimen novedoso, ya que son las poblaciones las que están siendo publicistas de la comunicación tóxica y de los mensajes que envenenan su vida pública y la democracia.

¿Somos cómplices de las constantes llamadas de atención de redes sociales como Facebook o Twitter?

Sí, nosotros somos presa de lo que el teórico Timor Kuran llama “espiral de la mentira”. En las redes actuamos según eso. Recibimos mensajes y mentimos. Mentimos porque tampoco tenemos demasiado interés en los temas que se abordan. Cuando son temas políticos no estamos involucrados en ellos, no tenemos un interés personal subjetivo claro. Por otra parte, nos interesa mantener esas redes más o menos abiertas, y responder con un mensaje crítico al estrambote de un trol o de un césar digital resulta antipático. Total, qué más da poner un emoticono alegre, un jijajá. Y así mantienes más o menos esas redes, bueno, crees que mantienes esas redes más o menos abiertas. Y luego, por último, es porque hemos aprendido a comportarnos de una manera cínica, es decir, no nos importa ya mentir a través de las redes porque el compromiso personal que eso conlleva es mínimo. Cualquier mensaje puede ser cambiado, cualquier contenido puede ser dado la vuelta. Sabemos que eso, además, en el fondo, no nos afecta. No nos sentimos mal por mentir cotidianamente, por aparentar cotidianamente, porque el compromiso y la reciprocidad que te exige la vida presencial no está presente online. Esto es lo que realmente ocurre. Estamos coadyuvando. El troll lo que hace es vivir de tu iniciativa. No le importan tus argumentos, no le importan tus tesis. Él lo que no quiere es entrar a debatir nada de lo que está diciendo, lo que quiere es robarte la energía. De esta manera siempre vamos a remolque. Y, además, insisto, redifundiendo mensajes que ni nos molestamos en leer ni en contrastar. Y ocupando nuestro tiempo libre en lo que es una tarea de trabajo no asalariada. Estamos dándoles datos para que luego nos vendan aquello que más lucro les reporte. Y no necesariamente lo que cumple nuestras necesidades objetivas, obviamente.

¿Por qué Facebook, Twitter y otras redes sociales permiten las fake news y el fenómeno troll? ¿Por qué no han impedido que alcancen estos niveles? ¿Por qué no fomentan otras prácticas como el diálogo o el consenso?

Porque este no es su trabajo. Estas redes no son redes de comunicación, son redes de estudio de mercado. Estas redes lo que hacen es recabar información para otros clientes que no somos nosotros. A cambio de esos servicios que nosotros creemos gratuitos ellos registran en tiempo real todas y cada una de nuestras actividades, preferencias, gustos…para luego realizar campañas de mensajes que han experimentado previamente y que venden a sus verdaderos clientes que son los anunciantes o los propagandistas políticos. Cuando Mark Zuckerberg dice que “lo que nosotros queremos es conectar a la gente” lo que en realidad quiere decir es “lo que nosotros queremos es espiar a la gente”. Lo que nosotros queremos es construir comunidades, lo que ellos realmente quieren es monetarizar comunidades, transformar todo lo que son sus flujos y vías de comunicación en canales publicitarios. No está dentro de su modelo de negocio.

¿Qué ocurre? Y este es el año importante, y por eso a lo mejor la pertinencia de empezar una dietética digital. En el año 2018 ha saltado el escándalo de Cambridge Analytica, que no sólo va con esta empresa, sino que responde a prácticas que Facebook conocía y había dado acuse de recibo que se estaban practicando. Estas prácticas han sido desveladas, el negocio ha sido desvelado. La mentira digital, la publicidad corporativa ha sido desvelada. No nos podíamos dar cuenta de ello leyendo el listado de términos y condiciones de uso de las redes. Porque además cambiaban.

Ahora esto ha quedado claro. Y al quedar claro se percibe lo que son. Al igual que con el sistema alimentario y nuestro modo de comer, lo que se descubre es que está sosteniendo un sistema que resulta insostenible literalmente. Que los costos que lleva acarreados en las formas de explotación laboral o los peligros de vigilancia corporativa o estatal son tan grandes que por lo menos tienen que atacar algunos efectos nocivos de su modelo de negocio. Parecido a como cuando las compañías de comida sacan una línea baja en sal, en grasas o azúcares. Ahora dicen van a hacer y que están desarrollando algoritmos para detectar lo que son las fake news, que es algo parecido al sobrepeso generalizado en la población, a la saturación de las vías de alimento y de las vías sanguíneas, las arterias por donde circula nuestro flujo vital. Es algo parecido. Ahora intentan limpiar sus arquitecturas de comunicación de lo que es esa sobresaturación, ese sobrepeso que se había producido de irrealidad sobre realidad. El problema está en que es antitético con su modelo de negocio. La publicidad no vive de información, la publicidad persuade. La información da datos contrastados y establece un pacto de veracidad con el cliente, con el lector, con el consumidor de información. La publicidad persuade, en cambio, la información convence. Yo creo que es simplemente un maquillaje. Y además lo va a ser en la medida que no podamos entrar a esos algoritmos, y esos algoritmos son propiedad privada. En eso basa su negocio, en eso invierten todo su potencial humano, toda su inteligencia y todos sus recursos, en tener algoritmos propios y cerrados. Sería algo así como que nosotros tuviéramos una oferta de comida verde o comida dietética pero ningún inspector público hubiera entrado a hacer los análisis correspondientes. En fin, yo creo que esto es un maquillaje simplemente corporativo y lo que urge son propuestas como las que ya están teniendo fuerzas progresistas como la de Corbyn en Gran Bretaña, que propone hacer una red social con los mimbres de la BBC que no sea, obviamente, destinada a las campañas publicitarias o de propaganda política sino a la información de los ciudadanos. Ahí el código va a ser abierto, es decir, vamos a poder entrar a la arquitectura y a los algoritmos digitales, y por otra parte no va a ser un régimen propietario, de propiedad privada, sino de propiedad pública o comunitaria. Quizá de esta manera si podamos combatir el sobrepeso digital, los cesarismos digitales y la pseudocracia.

Parece que hay algo de esperanza.

Sí. Aquí hay distintos planos, como cuando uno quiere llevar una vida sana, por decirlo de alguna manera, una condición física saludable. Lo primero es el posicionamiento y las prácticas individuales, cómo transformar nuestros usos digitales en algo que sea consciente y reposado. Y eso tiene tres reglas: primero, ponte límites, porque si no van a invadir todos tus espacios y tiempos sociales, y los va a precarizar. Dos, fíjate objetivos que sean más colectivos que individuales y que se traduzcan más fuera de la pantalla que solo en la pantalla. Haz cosas con otros para salir fuera de esos dispositivos, para salir a la calle, para ocupar las instituciones, para presionarlas, para hacer vida pública de verdad, con impacto real. Y lo tercero es: haz el favor de encontrar a alguien que sepa algo más que tú y que te ayude a sacarle el máximo partido a los dispositivos y a los programas pero para aquello que tu quieres, y no para aquéllos que querrán analizar tus datos. Es decir, pon un hacker en tu vida como antes las familias pedían un médico, un abogado, o, por hacer la analogía, un mecánico en casa. Estas son las cosas que podemos hacer a nivel individual. Y si no las hacemos es porque no sabemos, porque no se nos ha educado. Pongo un solo ejemplo: si ahora mismo nos encriptásemos todos en las comunicaciones que estamos haciendo, el sistema de vigilancia empresarial y estatal colapsaría. No podrían gestionar nuestras comunicaciones aunque solo fuera por una hora. ¿Qué pasa? Que nadie sabe lo que es la red Tor, o muy poca gente, y muy poca gente conoce los códigos de encriptación PGP (pretty good privacy). Simplemente: si se nos hubiera dado en la escuela, a los mayores de edad por lo menos (y ya no digamos a los adolescentes) el acceso a una web y a una tecnología muy fácil para encriptarnos. Encriptarse quiere decir enviar mensajes que solo va a decodificar tu receptor. Así de sencillo. Luego nos podemos preguntar qué se puede hacer a nivel comunitario, por el bien común. ¿Qué podemos hacer desde ese paradigma? Pues crear organizaciones telemáticas y digitales, como de hecho ya han surgido, que fueron las que precisamente dieron lugar a las revoluciones árabes y a los Occupy y al 15M. Es decir, constituirnos en grupos de acción en la red al mismo estilo que se forman start ups y empresas digitales. Pongamos todos nuestros esfuerzos en crear redes autogestionadas, movilizadas tanto digital como presencialmente, y con el decidido propósito de cambiar determinado aspecto de nuestra realidad individual o colectiva. Construyamos redes autogestionadas comunitarias. Y tercero, pidámosle al Estado que nos provea del dinero suficiente, los recursos suficientes, humanos, expertos, de conocimiento y de competencias tecnológicas para crear esas redes comunitarias. Y por otra parte, que el Estado entre definitivamente en la industria digital, es decir, hacer corporaciones digitales con una supervisión pública al estilo de las corporaciones de radiotelevisión que existen actualmente en los estados democráticos. Con todos sus fallos (prácticas precarias de los usuarios, redes autogestionadas que no tengan la fuerza de las redes comerciales o redes públicas que no puedan competir con las corporativas) por lo menos tendrían plataformas y canales de debate no saturados, limpios de mentiras, orientados al bien común y que dieran respuestas a las mentiras corporativas y de vigilancia estatal.

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