Dietética Digital Libre

McTele negra y terror patronal

Del amor al dolor, del placer al sufrimiento. La gama sentimental que abarca la McTele es extensa, como la audiencia que persigue. El sexo exige el límite de la mayoría de edad y divide a los consumidores por preferencias. Pero la violencia amenaza y cautiva a individuos de cualquier género y edad. La obscenidad violenta de los realities (y en la Red) supera la pornográfica con creces. La industria somete a los concursantes a imposiciones laborales que los sindicatos califican de “terrorismo patronal”.

Los programas japoneses ocupan el top del sadismo encerrando a los concursantes en condiciones extremas y haciéndoselas pasar canutas. Literal: en AK Bingo deben soplar por los dos extremos de un tubo para evitar comerse una cucaracha. El perdedor tiene que degustarla como si fuese una golosina. No menos perverso, el programa Susunu! Denpa Shonen fue cancelado por una ley que prohíbe la tortura. Un participante permaneció un año desnudo en un pequeño apartamento de Tokio, sin ningún contacto exterior. Cuando pensó que había triunfado, le vendaron los ojos y lo trasladaron a Corea donde se vio encerrado de nuevo. Ahora debía ganarse el pasaje de vuelta a Japón.

Dos concursantes de AKBingo intentan no tragarse una cucaracha.

No es casualidad que un país hiperconectado como Japón haya desarrollado formas de ‘entretenimiento’ tan perturbadas. A mayor conectividad, en contra de toda expectativa: menor sensibilización. Llevando el individualismo digital al extremo, en el país nipón han acuñado un término para denominar a un fenómeno cada vez más frecuente. Hikikomori se refiere a aquellas personas que no salen apenas de su cuarto y están día y noche enganchados a la pantalla. Tampoco es casualidad que tenga una de las tasas de sucidio más altas del mundo, especialmente entre la juventud.

El contexto abusivo de la McTele y el nivel de maltrato han desembocado en tragedia. Y ha ocurrido en realities occidentales. En la Europa que comparte con EE.UU. el modelo de capitalismo desbocado. En 2013 un joven de 25 años perdió la vida en la primera prueba de la versión francesa de Supervivientes. Dos días después se suicidó el médico que lo atendió. Fuentes cercanas al programa señalaron que la productora del reality, Adventure Line Production, no permitió al médico tratar al concursante en el momento en el que acusó los primeros síntomas. The show must go on.

Casi simultáneamente moría otro veinteañero en el programa norteamericano producido por MTV de título Buckwild, intoxicado por el monóxido de carbono de su furgoneta. Se exponía a pruebas al límite como las de Jackass, otro clásico de las torturas autoinfligidas y con un título revelador de lo que exige, Hacer el mamón.

“Hay que regular las emisiones televisivas para que garanticen la dignidad de los seres humanos, de los concursantes y de los telespectadores”, declaró la ministra francesa de Cultura. Resulta significativo que tuviese que recordar la condición de “seres humanos” de quienes protagonizan y ven McTele. Y que fuesen palabras de una ministra de Cultura. No del responsable de Trabajo y Economía; que, al parecer, enmudeció. La deshumanización se ha convertido en un rasgo del mercado laboral.

El beneficio de las empresas descansa sobre una mano de obra prescindible, que se puede intercambiar y sustituir con un coste mínimo. Le llaman flexibilidad y quieren decir precariedad. Le dicen precariedad y se traduce en enfermedad y siniestrabilidad. Más de doce trabajadores mueren cada semana en España por accidente laboral, una media de 1,7 al día. En 2017, fallecieron 618 empleados y 583.425 trabajadores cogieron la baja laboral por siniestros.

La desregulación del empleo y el despido permite ofrecer casi cualquier contrato. Es la filosofía de la McTele, que se revela como arquetipo de una Empresa de Trabajo Temporal (nacieron al mismo tiempo). ¡Faltaría, que no pudiésemos vendernos al mejor postor y hacerlo libremente! Pero esa libertad es ficticia. Presupone que la empresa y el trabajador están en igualdad de condiciones para defender sus intereses en el contrato. Al empleado muchas veces le resulta imposible rechazarlo. Y le ofrecen trabajos basura: remuneración mínima y máxima indefensión. Es el modelo de la McTele, trasladado ahora a todos los sectores, excepto al management: los que mandan.

El capitalismo digital recorta salarios y derechos. Y ejerce nuevas formas de explotación. Nos pone a trabajar para la industria de datos y publicitaria sin salario. Nos anima a promocionarnos, enviando miles de CV en formato multimedia, pero solo ofrece contratos basura. Nos incita al autoempleo y la emprenduría, a autoexplotarnos sin jornada laboral. Mejor dicho, a jornada completa en sentido estricto: sin horario ni festivos. Esta exigencia constante está llevando a la sobresaturación psíquica. Enfermedades como el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), estrés, ansiedad, depresión, y muchas más proliferan en esta época.

Pero el capitalismo cognitivo no se limita a explotar las mentes. Arriesgar la salud y la integridad física es parte consustancial de los trabajos relacionados con la industria digital. Los mineros de coltán, material imprescindible para fabricar móviles, acaban envenenados. Muchos de ellos son niños. Algunos trabajadores chinos que montan teléfonos celulares llevan pañales para maximizar su jornada. Un programador asiático cobra la décima parte que uno occidental.

Los “porteadores” de Amazon se exponen, por salarios ridículos, a dolencias y estrés crónicos por sobreesfuerzo a pesar de jactarse de ser capaces de repartir los paquetes con drones de última tecnología. Con razón Tye Brady, jefe de la sección de robótica del gigante digital, declara que los humanos todavía somos cruciales para el proceso. Recientemente un periodista y escritor británico, James Bloodworth, publicó un libro en el que relata las penurias que pasó como trabajador infiltrado en Amazon y Uber.

Uno de los almacenes de Amazon.

Los usuarios de las redes ni siquiera cobramos. Pagamos, eso sí, el equipo y la conexión. Producimos constantemente cantidades ingentes del recurso más valioso para las plataformas digitales, los datos. Así los venden a los anunciantes para insertar publicidad micro segmentada, y alimentan los algoritmos que gestionan el Big Data y las máquinas de deep learning que desarrollan servicios de Inteligencia Artificial.

El negocio digital es en gran medida fraudulento. Las corporaciones engañan al televidente, al concursante de la McTele y al usuario. Las empresas de telecomunicaciones y las redes acumulan innumerables quejas de las organizaciones de consumo y las tramitadas por el Defensor del Pueblo. Y el modelo de negocio exige un nivel considerable de violencia empresarial.

El chantaje del despido libre (para el empleado) y la desconexión (para el usuario) son los mecanismos de intimidación y represalia. No por casualidad términos como ‘desconexión’ sustituyen a ‘despido’ en la neolengua orwelliana que imponen las empresas de la -mal llamada- economía colaborativa, como Uber o Deliveroo.

Trabajadores y usuarios están sometidos a chantaje: la amenaza de perder el empleo o cancelarle la cuenta. Casi a discreción y sin costes. El despido libre significa la muerte laboral para quien tiene demasiados años. Y supone la precariedad vital de quienes carecen de cualificación. La muerte civil del internauta sobreviene cuando lo desconectan. La soledad y la invisibilidad son los castigos para quien incumple los “términos de uso” y lo expulsan de la Red. Lo llaman libertad digital, pero ejercen terror empresarial. Fuera y dentro de las pantallas.

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