Dietética Digital Libre

Tiranía digital y publicitaria

La cuenta oficial de Trump en Twitter mina la democracia norteamericana, porque la lleva un trol tiránico obsesionado por ensalzarse. Promociona su marca y negocio. Y machaca a quien se le interpone.

Imaginemos un tuit con este texto: “For sale, baby shoes. Never worn.” (“Vendo zapatos de bebé. Sin usar”). Se trata del cuento más corto que Ernest Hemingway presumía haber escrito. Si nos dan estos datos, evocamos la tragedia de alguien que perdió a un recién nacido y debe vender los patucos para sobrevivir. Si fuese el Twitter de una reportera, que visita un campo de refugiados, el relato cobra realismo y actualidad. Lo protagonizan personas y quizás nos invite a hacer algo al respecto. La ficción se transforma en información y luego en respuesta ciudadana. Ambos usos de Twitter serían encomiables

Si la cuenta oficial de la Casa Blanca publicase “Vendo zapatos de bebé. Sin usar” deberíamos pensar que promociona una línea de calzado infantil diseñada por Ivanka Trump. Sería una provocacón publicitaria, diseñada en el programa Mujeres emprendedoras, que papá-presidente arrancó del FMI para que lo dirigiese su hija. Con el apoyo del Fondo Monetario Internacional, Ivanka anima a las madres refugiadas a revender los zapatitos que sus bebés nunca pudieron usar. Quizás piensen que exagero. Pues ni un pelo. Mujeres Emprendedoras (Iniciativa Financiera para Mujeres Emprendedoras, We-Fi, por sus siglas en inglés) es una iniciativa real y el despotismo digital y publicitario de Trump, también.

El mensaje político no se pervierte porque se tenga que reducir a 140 caracteres. Lo corrompen los tiranos adictos a la autopublicidad, que prescinden de la verdad y de la ética. “Make America Great Again” tiene dos palabras menos que el supuesto cuento de Hemingway. Sería un gran lema para un líder que antepusiese los intereses y valores de la mayoría social a los suyos. Que convocase a los estadounidenses a fortalecer las instituciones democráticas. Y que enriqueciese a la población, antes que a las empresas y los bancos.

La pseudocracia es la república (o monarquía) de la mentira autopromocional. Las instituciones emiten propaganda disfrazada de información. Los embustes oficiales se guionizan para secuestrar la atención y movilizar pasiones. Rota la conexión con la realidad, las noticias-propaganda-edictos campan a sus anchas; aun siendo falsedades. Como la publicidad más agresiva, se apoyan en sueños y miedos, evidencias prefabricadas, mentiras a medias o completas para destruir la competencia.

Las hipérboles verdaderas, como las llama Trump, son aspavientos, excesos y barbaridades que el público desea presenciar. La prensa no puede obviarlas. Y funcionan como los anuncios de más éxito. Los telediarios informan de ellos, porque crean escándalo o controversia e impactan en el imaginario social. Emitidos en un programa informativo, multiplican su efectividad. Se basan (como la publicidad) en hechos alternativos; es decir, inexistentes o falsos. Pero cuando los periodistas se ocupan de ellos (aunque sea criticándolos), cobran entidad y verosimilitud. En las redes se convierten en verdades, avaladas por el número de fieles-seguidores.

La tecnología digital no genera por sí misma la pseudocracia. Los efectos de la McTele y las redes dependen del uso que les damos. Hoy en día están en manos de los publicitarios. Los guionistas de realities, los redactores de noticias y los programadores de algoritmos siguen las órdenes del departamento de marketing. El efecto es una tiranía digital y publicitaria. Bonaparte invoca el bien público, pero actúa en su contra; porque lo identifica con su interés y su figura. Convierte la manipulación en rutina y condena la disidencia como una herejía.

Trump, con sus medidas antimigratorias o a favor de la tortura, señala enemigos borrosos. Así puede incluir entre ellos a quien quiera. Y después actuar como si existiesen. El periodista que desmienta al presidente o el juez que se niegue a aplicar sus medidas es declarado enemigo. No del presidente, sino del Pueblo. Los ataques al primero (y a cualquiera de la familia) se convierten en ataques a la Nación. La situación cobra tintes mafiosos. Porque defender el clan del tirano forma parte de las tareas del gobierno. Los intereses empresariales de los Trump son los intereses de la Nación.

Ivanka Trump hija y consejera del Presidente de EE.UU. Donald Trump, durante el encuentro Women20 (W20) en Berlín, Alemania, el 25 de mayo de 2017, en el que habló sobre We-Fi. Maurizio Gambarini | Anadolu Agency | Getty Images.

Kellyanne Conway (portavoz de la Casa Blanca) defendió ante la Fox la marca de moda de Ivanka Trump. Se quejó de que hubiese sido retirada de una cadena de tiendas. “Vayan a comprar las cosas de Ivanka”, dijo. Y añadió: “es una línea de diseño magnífica. Yo misma tengo cosas de ella… Y voy a hacer un anuncio gratuito. Vayan a comprarla hoy, que vaya todo el mundo. Pueden encontrarla online.”

La Red representa para el equipo de Trump una plataforma de consumo libre. Ellos ofrecen el show político del presidente y (¿por qué no?) la ropa de su hija. Conway fue reprendida por violar la ley con un conflicto ético de intereses. Algo equiparable a la detención de Al Capone por delito fiscal. Minutos antes de publicitar “las cosas de Ivanka”, la ex portavoz del presidente se había inventado una “masacre terrorista” y culpado a los medios de no informar de ella.

Pareciera que hemos acabado prefiriendo el show político a la mentira rutinaria de las fuentes institucionales. Asumimos que la realidad que se publica es fingida e incluso ficticia. No buscamos evidencias. Hace tiempo que las perdimos de vista. Sin vías ni referentes para contrastar, tampoco confiamos en los periodistas. Como último paso, renunciamos a saber si es verdad lo que nos cuentan. Y sustituimos su búsqueda (laboriosa y ardua) por la emoción y pasión que despierta alguien que parece auténtico o espontáneo. Hace que se sale del guion, pero representa el papel de siempre. Cabe recordar que en la interpretación, lo más difícil y que más práctica requiere es dar impresión de naturalidad y espontaneidad.

Naomi Klein comentaba en un podcast de The Intercept, el medio puesto en marcha por Glenn Greenwald (el periodista que publicó las filtraciones de Edward Snowden): “vivimos dentro del reality televisivo de Trump, que ahora se proyecta en vivo desde la Oficina Oval. Podríamos verlo como El Aprendiz de Presidente [en referencia al reality que Trump produjo y protagonizó, The Apprentice]. Y cuando lo califico de reality show no ignoro que hay cosas muy importantes en juego y que la gente morirá en este reality. Solo apunto que la gente que muere en la telerrealidad son personajes de ciencia ficción cada vez más frecuentes. Si piensas en Los juegos del hambre, percibes que sigue el concepto de un reality masivo que lo abarca todo. Lo que está en juego es que todo el mundo muere, excepto una persona… Así que ahora todos participamos en Los juegos del hambre de Trump”.

La pseudorrealidad digital emergió en la McTele de los realities. Ofrecían un falso documental interactivo. Un guion de conflicto mantenía la atención rebajando las barreras de acceso, simplificando y banalizando contenidos. Presentaba transgresiones que no eran tales, porque reafirmaban los estereotipos dominantes y, por tanto, la desigualdad. No reclamaba otra intervención que la del Gran Hermano: el verdadero triunfador del concurso.

La McTele se fue colando en otros formatos. Los periodistas producían McNoticias de corta y pega, descontextualizadas, sazonadas y poco alimenticias. O hacían McReportajes baratos, rápidos, espectacularizando el horror de las calles del país (drogas, prostitución, rondas policiales…) y el paraíso extranjero (“españoles en el mundo”, presentados como triunfadores y turistas, nunca exiliados económicos). El plató del espectáculo político-social producía una programación amplia. Se emitía en sesión continua, cuando Trump vino a ocuparla.

El multimillonario primero tomó los concursos televisados y la McTele. Luego se hizo con las redes. En ambos lugares se identificó con las clases populares. Inventó audiencias millonarias. Escenificó los deseos y miedos de gran parte de la población. Los alimentó con evidencias ficticias. Propagó noticias falsas: infopublicidad negativa y desinformación.

El formateo publicitario de Trump recurrió a la cosmética digital acostumbrada. Se aplicó un tratamiento de wikiwashing: abrió su gobierno a la colaboración y al apoyo ciudadano (como si fuese la Wikipedia). Les propuso “Hacer América Grande de Nuevo”. Un eslogan de campaña que copió a Ronald Reagan y que tuvo la desfachatez de registrar con su nombre. También se dio muchas manos del photoshopping acostumbrado de los selfies: escenificó una biografía de éxito, ocupando todo el escenario.

Ilustración por Raúl Arias.

Como la publicidad ambiente, Trump aspira a convertirse en el único referente. Sin nadie delante que no haya contratado, ni nada enfrente que lo desmienta. Pretende llenar todas las pantallas y que no miremos a otra parte. La posverdad existe desde hace décadas. Pero la pseudocracia trumpiana va más allá. Mucho más allá: es una tiranía en red en la que colaboramos. Y emite un flujo tal de autobombo que puede barrer los contrapesos democráticos.

No es fácil dialogar con quien se instala en la infopublicidad. Resulta difícil llegar a acuerdos con quien niega la realidad o la inventa sin ninguna lógica. Con estos mimbres se teje una política de rasgos tiránicos. Quien discrepa es un adversario a batir, porque tampoco atiende a evidencias. Solo entiende, “entra en razón”, a la fuerza. La fuerza con la que se le grita, intimida o reprime.

Trump afirmó (en un tweet-edicto) que el calentamiento global era “un concepto creado por y para los chinos”. La práctica totalidad de la comunidad científica sostiene su existencia con apoyo empírico. Pero los seguidores de Trump sospechan de las evidencias y creen que las que conocemos ocultan una verdad negada. Creen que nunca nos lo cuentan todo (como si fuese posible). Y que si se supiera la verdad, saldría a la luz la conspiración. También sostienen que no hay que tratar al enemigo aplicando la lógica, puesto que él no la practica. Volviendo al clima: si el calentamiento global no existe y si todos los países incumplen y mienten sobre sus tasas de emisión, ¿por qué mantener esa ficción china mandarina? Make America Great Again y a la mierda con el Acuerdo Climático de París. Punto.

Roto el lazo con la realidad y la lógica, el gobierno puede ejercerse sin trabas ni frenos. La tiranía esgrime “documentos alternativos” que los medios no publican y que desmienten el efecto invernadero… Árabes-musulmanes cometen atentados desconocidos y forman hordas esperando saltar la frontera. No necesitamos acompañar la lucha antiterrorista con planes de desarrollo en los países de origen o integrar las comunidades árabes que viven entre nosotros. Porque el yihadismo (ya puestos, el islam) es cosa de bárbaros, iluminados y sádicos. Merecen que los tratemos con su propia medicina.

Soñábamos con una tecnología interactiva para controlar los gobiernos a base de racionalismo empirista. Pero nuestra capacidad para razonar y apoyarnos en hechos ha sido devorada por el ecosistema publicitario. Lo generaron la industria del espectáculo y la industria de los datos. Se dirige a una audiencia que prefiere el argumento simple, sencillo y efectivo. Y que confiere credibilidad y un plus de honestidad a las manifestaciones de las emociones “en vivo y en red”. Es una audiencia entrenada y dispuesta para viralizarlas, al tiempo que se desnuda ante el poder.

La pseudorrealidad infopublicitaria descoloca la democracia y puede acabar colapsándola. Resulta difícil tomar distancia y sería peligroso obviar a alguien que puede apretar el botón rojo de una guerra nuclear. Ridiculizando al tirano apenas aumentamos el cinismo y el desapego de la política. Además de ampliar con bufonadas la ocupación que el tirano hace del debate público. El trol del autobombo digital aprovecha cada una de sus apariciones para desencadenar controversia y resistencia, risas y odio que aprovecha en su favor.

No estamos acostumbrados a lidiar con dirigentes como Trump. Se equivocaban quienes decían que moderaría su programa. No hay evidencia de que tenga que ser así, porque reproduce el cliché del tirano. Los políticos “de antes” reconocían los errores del pasado, las carencias del presente y dibujaban un futuro prometedor. Sabíamos que sus promesas serían en (gran) parte incumplidas, pero aun así los votábamos. Prometían enmendarse.

Trump se ajusta al prototipo de un tirano. Para él no existe pasado ni presente. Los moldea a su antojo. Y dicta el futuro. En su versión del maltratador, el tirano le suelta a su compañera: te amo, nos queremos (aunque ayer te lo expresé a golpes). Y añade: pero te aseguro que, como no obedezcas, te mato (y es capaz de hacerlo). La pseudorrealidad le permite a Trump no rendir cuentas. Y le deja libre para ajustarlas con quien se le enfrente.

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