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Enchufados a Matrix

Artículo de Jesús Bella, periodista y especialista en videojuegos, además de alumno del Máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digitales (CCCD). El texto está publicado originalmente (aquí el enlace) precisamente en el blog que la Comunidad CCCD tiene en el diario digital Público para reflexionar sobre las cuestiones relativas al máster. Se trata de una reflexión en base a la metáfora ideada por las hermanas Wachowski en su película Matrix sobre cómo las pantallas nos mantienen esclavos y como esta situación no para de alimentar a las máquinas gracias a nuestra constante actividad en ellas. A continuación el texto íntegro.


A cada día que pasa, la realidad de Matrix (1999) parece más vigente. La crítica de las hermanas Wachowski hacia la hiperconexión de la sociedad es brutal y perturbadoramente premonitoria. Nos hemos convertido en las pilas que alimentan a las propias redes que nos atrapan, y que engullen todos los datos que podamos proporcionales. Esclavos de guguel, feisbuc, tuiter y el pesado del guasap, bajamos la mirada hacia nuestros dispositivos móviles y dejamos que su luz nos ilumine a diario, estemos donde estemos. El metro, la oficina, el autobús, la escuela… Sus tentáculos llegan hasta la calle, convirtiéndonos en artífices de una sociedad más conectada, pero con el riesgo de padecer un peligroso ataque de ansiedad digital.

En una clase de César Rendueles en el Máster CCCD, y a propósito de comprender cómo nos afectan las nuevas tecnologías, este afirmó con contundencia que la televisión se podía considerar como la responsable de “la mayor transformación antropológica actual”. Según un estudio de Barlovento Comunicación (Kantar Media), los españoles consumen una media diaria de 4 horas y 16 minutos de televisión. Y claro, dadas las circunstancias, imagínese… Tantas horas sentado en el sofá desafía a la aplicación de las leyes del mismísimo Darwin. ¿Quién superará con mayores garantías la selección natural? Mejor no responder. Produce mayor estruendo la ironía de tener que hacerse la pregunta.

No obstante, existe algo entrañable en la caja tonta. Por lo menos, tiene una mayor relación con lo que hacían nuestros predecesores hace cientos de miles de años: reunirse alrededor del fuego. Los Simpsons nos lo recuerdan cada vez que empieza un nuevo capítulo, con la madre, el padre y los niños dispuestos a recibir una buena dosis de entretenimiento familiar. Es, sin duda, una imagen diferente de la que abunda ahora. Sigue estando la tele delante, pero como invitado de otra escena: la de una pareja consultando las redes sociales, mientras el pequeño chatea con un amigo… y el hermano mayor está navegando por Internet. La novedad de la situación es que los dispositivos móviles van a todas partes con nosotros. Vivimos enchufados a Matrix.

Es la paradoja de las nuevas tecnologías. Estamos hiperconectados a las redes, pero más que socializar, nos atrapan como si fuésemos un banco de peces, analogía que usa Víctor Sampedro en su libro Dietética Digital. Gracias a los medios de comunicación, percibimos con cotidianidad cosas que ocurren muy lejos de nosotros. Es lo que Marshall McLuhan definió ya en 1962 con el término de “aldea global”. Más de medio siglo después, dicha aldea no ha hecho más que crecer. Y no sólo eso. Las nuevas tecnologías están blindando sus fronteras para separarnos de nuestra realidad más próxima y tangible. En noviembre de 2016 conocimos que, por primera vez en la historia, las conexiones desde dispositivos móviles habían superado a las de ordenadores de escritorio. Al igual que en el caso de la televisión, los smartphones y tablets están propiciando una nueva revolución antropológica, incluso más acelerada, cuyos efectos aún no hemos tenido tiempo de valorar.

Los argumentos en favor de las bondades de las nuevas tecnologías son numerosos, pero es conveniente prestar atención a la otra cara de la moneda. Varios estudios sociales concluyeron hace tiempo que Internet puede tener un impacto negativo en la comunicación familiar, así como en el círculo de amistades. También se detectan problemas como la soledad o la depresión. Puede ser coincidencia, pero Neo ya respondía a esta definición en Matrix, un programador que, cansado de su vida, decide abandonar la caverna de Platón para averiguar qué es lo que esconde la pastilla roja que le ofrece Morfeo. El descubrimiento es duro, pero liberador. Ya sin el yugo de las máquinas, comprendió el sistema y lo hackeó, convirtiendo una aplicación esclavizadora en una poderosa herramienta que hacía volar (de forma literal) a la mente del ser humano.

Es una buena metáfora de lo que vivimos ahora, con millones de pantallas tratando de captar nuestra atención, de esclavizarnos. Luchan por quitarnos la energía (en forma de tiempo y datos), pero debemos saber cuándo entrar y salir de esta realidad virtual: recuperar el control sobre nuestras vidas. Hay que evitar quedar atrapados. No dejar que sólo nos ilumine una pantalla, sino el mundo que nos rodea. Aprender a convivir con una tecnología que, por ser tan potente y novedosa, parece que se nos va de las manos. Hay solución… y puede que un buen síntoma sea que, después de leer este artículo, se vea capaz de apagar su dispositivo.

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