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“Las redes sociales son un entramado que está al servicio de estudios de mercado”

Entrevista a Víctor Sampedro en El Confidencial. Publicada originalmente el 19 de febrero de 2018 en la sección ACV (Alma, Corazón y Vida). Su autor es el periodista Esteban Hernández. Se puede leer también en este enlace.


Víctor Sampedro, catedrático de Comunicación Política y Opinión Pública en la universidad Rey Juan Carlos, afirma haberse sometido a un régimen estricto de pantallas y redes sociales para evitar caer en la trampa de estar permanentemente conectado. En su nuevo libro, ‘Dietética digital’ (Ed. Icaria), no sólo radiografía ese nuevo mundo que pelea por atraer de continuo nuestra atención, sino que analiza a través de una serie de ejemplos concretos y eficaces cuál es su funcionamiento real. Como bien señala Daniel Innerarity, se trata de un texto pensado para ayudar a que padres e hijos ejerzan la ciudadanía digital. El libro quedará “liberado” en www.dieteticadigital.net.

PREGUNTA. Defines las redes sociales como espacios de mercado y feudos del individualismo posesivo.

RESPUESTA. Los productos estrella de la industria digital son la telerrealidad, los realities y las redes sociales. Pero ni son realidad, ni reflejan la realidad social ni generan auténtico debate público. Las redes sociales son un entramado de plataformas al servicio de estudios de mercado en tiempo real, y de conversión de lo que son los canales y los nodos de comunicación interpersonal en canales con objetivos publicitarios basados en la minería de datos. La sociedad tiene un auténtico problema si cree que su realidad es el espectáculo de promoción de marcas y celebrities que se difunden en los realities; lo que llaman medios sociales son canales publicitarios.

P. Insistes en que esos espacios, nuestra forma típica de acción consiste en construirnos una marca.

R. Todo se basa en una limitación de la verdadera interactividad digital. Nuestra participación en pantallas y redes está supeditada a la promoción de marcas, productos y servicios que se dicen que responden a la demanda pero que en cambio surgen de plataformas con una enorme capacidad para formatear esa demanda. Obviamente en favor del lucro empresarial. La publicidad de la industria digital nos impide percibir que al usarla están mercantilizando nuestro ocio y precarizando nuestro ámbito de acción al privarnos del anonimato y restarnos iniciativa.

P. También son entornos que tienden a sustituir las comunidades reales por las virtuales. Pero estas no tienden a vincular a la gente, sino a acentuar las diferencias.

R. La lógica de mercado lleva a identificar perfiles y a segmentarlos en cuotas de mercado comercial o electoral. Las identidades que se impulsan en las pantallas son lucrativas y dejan enormes réditos. Toda la economía de la atención, que es la nueva economía, resulta monopolizada por aquellos que proyectan el espectáculo más impactante y por quienes recaban el trabajo precario o no asalariado, como es el de los concursantes en los realities y el de los usuarios de las redes.

El resultado es, para empezar, que vivimos una seudorrealidad que permite que algunas compañías y algunos personajes dicten lo que es cultura popular e industria cultural. La industria cultural se transforma en un espectáculo de autobombo de manera que al final unos césares o unos bonapartes digitales, y Trump es el epítome, construyen un régimen de seudocracia. Es decir, consiguen que gobierne la mentira. Es una democracia de mandos a distancia, que separa a los gobernados de los gobernantes, y que agrupa a los votantes y consumidores en mercados de consumo y de voto que se autorrefuerzan.

P. Una de las maneras más recuentes de tenernos conectados permanentemente es lo mucho que nos engancha la ira que nos provocan los trolls.

R. Las identidades que se promueven son las más lucrativas, las que generan más conexiones, más visitas, más clics. Los usuarios se agrupan, según su perfil, en cámaras de eco que al final producen una democracia amurallada, llena de cotos reservados para que la propaganda y la publicidad tengan objetivos claros y concretos. Y para que se construya una demanda que se hace pasar por una demanda popular y social, pero que en el fondo destruye los lugares y los espacios de debate y convivencia. Vivimos también en democracias a distancia y amuralladas, donde la seudoverdad programada busca la aclamación o la ira y nos convierte en trolls propagandistas de aquello que nos miente. Se falsea la realidad diciendo que es lo que el público quiere oír.

P. Aseguras que la inseguridad y la angustia vitales se traducen en prepotencia digital.

R. La búsqueda de reconocimiento en las pantallas y en las redes responde al aislamiento del sujeto en las sociedades contemporáneas. Los jóvenes de entre 12 y 18 años encuentran en los dispositivos digitales los tiempos que les negamos en las calles, en nuestro hogares y en las aulas y se socializan en el autobombo. Buscan ese reconocimiento y los tipos sociales a emular en aquellos que mejor controlan los mecanismos de visibilidad pública y de captación de nuestra atención.

P. Has afirmado que España ha vivido pendiente de dos realities, OT y el procés.

R. ‘OT’ parece haber acaparado los debates sobre guerras culturales en nuestro país. El producto estrella de la industria digital es no sólo el prototipo principal, sino el foro donde debatir qué identidades están sometidas o qué procesos de emancipación deberíamos seguir. Todos participan de este debate, porque quieren lograr también una marca digital y popular. De esta manera siempre se sesga el debate a favor de la industria que ha construido el espectáculo. Los agentes sociales y públicos participan en la medida en que son funcionales a la marca y a sus productos, que no son otros que sus triunfitos. A ‘OT’ le costó mucho desbancar a la ficción de producción nacional, a pesar de la enorme inversión que se hizo para lavar la cara del fiasco de la edición de 2017 que acabó en una pelea de gallos con un cantante desafinado y sus seguidores convertidos en hordas de hooligans(Aquí podéis leer nuestra entrada sobre este asunto).

P. Pero en lo político, ¿cuáles son las consecuencias que genera esta dinámica?

R. Lo que la industria está haciendo es privatizar y comercializar la esfera y la opinión pública. Puede que den cabida al debate y a la participación social, pero siempre será en función de la promoción de la marca. Y Trump es el ejemplo de esto. Es alguien que primero se hizo con los concursos de misses y lucha libre americana y se perfiló como el icono de la clase media baja que juzga a las ninfas y a los dioses del olimpo mediático. No pagó anuncios de tele porque sus mítines eran en sí mismos un reality, que se emitía en tiempo real por la atención que despertaban. Empleó las redes sociales para trolear a los oponentes y destruirlos, primero en el partido republicano y luego en las elecciones contra Clinton, desincentivando el voto demócrata a partir de una base de datos que abarcaba todo el censo electoral, al que dividía en cinco perfiles psicológicos.

Y dirigió este proceso de una manera tan eficaz que a pesar de haber contado con tres millones de votos menos, logró la presidencia del país más poderoso del mundo. A partir de entonces Twitter es su BOE y los medios de comunicación se han convertido en los medios de las fake news. Esa realidad paralela que construye le perfila de una manera fraudulenta, porque es lo contrario del empresario con éxito y del representante de las clases populares, las marcas con las que él se ha vendido. Vive del conflicto, y sortea con su marca digital los controles democráticos de la división de poderes.

P. ¿Y cuál es la traslación de esa idea a la política española?

R. España lleva secuestrada varios meses por un reality político con guiones contrapuestos y con figurantes que supuestamente son adversarios. Y digo supuestamente porque la manera de dirigirse al público de ambos evita la rendición de cuentas y construye realidades paralelas negadas por los hechos. Hablamos de un proceso supuestamente independentista que no se materializa en actos de desobediencia institucional y de una recuperación de la normalidad democrática que se asienta en el 155, con encarcelamientos de líderes políticos elegidos en las urnas y de líderes sociales por delitos de rebelión que implican una violencia que no han protagonizado. Los ‘hooligans’ de una y otra parte jalean y siguen con pasión las evoluciones de la trama. La gran pregunta es qué alternativa tenemos para desconectarnos de estos realities; quién ofrece opciones para un debate pegado a la realidad y que busque la convivencia.

P. Señalas que en estas factorías digitales se prefieren las fantasías idealizadas en lugar de las realidades incómodas.

R. La precariedad de nuestros proyectos de vida individuales y colectivos hace que nos proyectemos en fantasías que nos ayuden a vivir un presente que no controlamos. Todo esto resta iniciativa, autonomía y control ciudadano respecto de nuestros proyectos individuales y colectivos.

P. En el libro escribes que la chica idónea que nos vende Tinder es “la pija que está buena”.

R. El sujeto digital por excelencia, el ideal, es alguien que está dispuesto en todo momento a satisfacer los requerimientos de los demás, que ha transformado el ser en tener y que traduce el tener en posesiones que se puedan exhibir y que además recaben la aclamación o el odio, que también es publicidad, aunque sea negativa. Nos muestran sujetos sin raíces, sin lazos de compromiso ni estabilidad, amoldables, y que además cuando fracasan se sienten culpables. Todo esto los convierte en sujetos de una gran precariedad que intentan capitalizar simbólicamente su piso en Airbnb, su coche en Blablacar o en Uber, porque su fuerza de trabajo no es valorada en absoluto. Invierten en su yo personal. Y si fracasan es porque no han emprendido con suficiente inteligencia ese proyecto.

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