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“Zuckerberg no quiere que des de mamar a tus hijos”

Entrevista en profundidad con Víctor Sampedro en El Salto, realizada por la periodista Lola Matamala. En esta conversación repasan las principales tesis de nuestro proyecto, desde la McTele y sus realities hasta las redes comerciales y privativas, y sus efectos socio-políticos como Donald Trump, así como las posibilidades y alternativas que plantean los movimientos sociales en el entorno digital.

Publicada originalmente el 10 de junio de 2018. Se puede leer originalmente en este enlace. A continuación, la reproducimos íntegramente.


En los últimos meses, las redes sociales han sido protagonistas de las noticias y debates de todo el mundo, pero Víctor Sampedro (Viveiro, 1966) regresa al mundo editorial con Dietética digital (Icaria, 2018) para convencernos de que debemos consumir mejor y adelgazar al Gran Hermano. Este catedrático de Opinión Pública de la universidad pública madrileña habla con El Salto de la receta para poder alejarnos, un poco, de las redes sociales y de su McTele.

La idea de escribir este libro surge hace muchos años, concretamente con la aparición de la telebasura, ¿es así?
Sí, y surge en el 2000 porque asisto, anodadado, al lanzamiento de Gran Hermano, que es calificado por todo el mundo como telebasura negra —la que explota los más bajos instintos— pero luego enseguida sacan Operación Triunfo que es como la telebasura blanca, la que explota gente con talento bajo la excelencia de una academia musical.

En ambos programas veo el formato que George Ritzer llamó macdonalización. Esta cuestión es lo que está inaugurando ya en una televisión que llaman telerrealidad y a la que también están denominando televisión popular o televisión del pueblo y que va al dictado del mando a distancia protagonizado por la gente. Desde esta falacia se construye, más tarde, el protagonismo y la visibilidad digital en las redes.

¿Los concursantes son responsables?
No me meto con la gente que participa y concursa, es decir, la que aparece en la mactele —que es un término que me invento en el 2000— ni me meto con los usuarios de las redes, me meto con el modelo de negocio.

Describe ese modelo de negocio.
El modelo de negocio consiste en hacer trabajar a la misma persona a la que luego le vas a cobrar todo lo habido y por haber. Es decir, te dicen que es gratis participar en Operación Triunfo, pero ¿cómo que es gratis? No es gratis porque significa estar una serie de meses encerrado en una academia bajo el dictado de unos formadores y unas gentes que están buscando un producto. Lo mismo ocurre cada vez que encendemos un dispositivo móvil, un dispositivo digital en donde, por lo pronto, cada vez que lo hacemos somos manos de obra no asalariada para una industria mayoritariamente de datos, al servicio, no de los usuarios, sino de quienes contratan sus servicios que son los que hacen campañas de marketing híper, maxi personalizadas.

Hay una parte en todo este modelo de negocio que irrumpe en el terreno laboral. Justamente, sobre este tema un filósofo y periodista italiano, Roberto Ciccarelli ha presentado hace pocos meses Foza lavoro. Il lato oscuro de la rete (“Fuerza de trabajo, el lado oscuro de la red”) (Derive Approdi, 2018). Para esta entrevista, me ha resumido la idea general que ha querido presentar en su trabajo: “El lado oscuro es nuestra fuerza de trabajo que produce durante 24 horas sobre 24 horas y que no es reconocida, ni es remunerada porque es interpretada como un juego, un entretenimiento o un simple divertimento”
Claro. Totalmente de acuerdo. Es lo que la macdonalización proclama: hacer trabajar al cliente para rebajar costes y precarizar la mano de obra hasta unos límites increíbles. Un fordismo llevado al sector servicios. Desvelamos cómo nuestras generaciones de adolescentes han sido socializados en un trabajo precario por la mactele es decir, por los reality, y que además, les dicen y les ofrecen crear y generar una telerrealidad que está tanto o más censurada como la que ahora se construye en las redes. Son dos modelos de negocio basados en trabajo precario y en una concepción del individuo típicamente neoliberal: ya que no vales nada, hazte valer y tu valor, es el reconocimiento que te vamos a dar ,

En Dietética Digital comentas la gran responsabilidad que tenemos a la hora de pulsar cualquier aplicación y hacerles el juego, pero no es tan crítico con los telespectadores de telebasura.
Nuestra mayor responsabilidad es estar actuando en unos entornos digitales que no conocemos y, por tanto, no somos capaces de controlarlos y esto sucede si no sabemos la diferencia entre un código abierto y un código cerrado. Esa es una responsabilidad nuestra al ponernos frente a la televisión o al ponernos en el teclado de cualquier dispositivo móvil ya que si funcionamos con un código cerrado, la máquina hará cosas que no queremos porque tanto los programas de la mactele como los programas informáticos más populares son cajas negras en el sentido de que son programas cerrados en donde el productor tiene derecho a modificarlo, a alterarlo, a poner todos los códigos que quiera para realizar funciones no explicitadas, no aclaradas al usuarios: nosotros no podemos entrar ahí. Si además, es una red jerárquica y centralizada como son las productoras de telerrealidad o como las grandes compañías GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) estamos en manos de ellos vendiéndoles, formateándonos como ellos quieren, poniéndonos a su servicio y coartando nuestro libre albedrío, siendo otros y otras.

¿Mediante un consentimiento explícito?
Es así. Bajo el fraude de que esto es gratis porque no hay que hacer un depósito de dinero, pero lo que todos estos programas y dispositivos persiguen es crear una demanda, una demanda que no existía previamente. Nadie pidió un Gran Hermano porque es una cosa desquiciante y por eso lo tienen que disfrazar de experimento sociológico. Esto en las versiones más putrefactas de la mactele negra, pero en la mactele rosa o en la blanca, las que explotan los sentimientos positivos o las cualidades y los talentos de la gente, ocurre exactamente lo mismo.

Lo que se hace es que el usuario adopte un autoformateo que es publicitario, que funciona para la marca —ni para el individuo ni mucho menos para la obra que quiere crear— y que emplea todos nuestros canales de comunicación interpersonales para el marketing personalizado. Al final, lo que tenemos es una ocupación de la esfera pública y una privatización de la conversación social en favor de los intereses corporativos. Ésta es gente que no quiere hacer ni comunicación popular a través de las macteles o comunicación social a través de las mal llamadas redes sociales que son publicitarias o mercantiles.

Vive en primera persona el auge de la mactele. ¿En qué estado se encuentra la sociedad para que surja este fenómeno?
En los años 80, el neoliberalismo más a ultranza cuestiona los principios del liberalismo más clásico. Creo que hasta Adam Smith se echaría las manos a la cabeza con lo que se decía en esa década. Una década más tarde, en los 90, tiene su apogeo y justo a finales del siglo XX llega la mal llamada telerrealidad, la mactele como producto de toda esa corriente neoliberal. En ese momento, el Estado se repliega y la televisión tiene que ejercer de servicios sociales y debe encontrar a la gente desaparecida; ejerce de agencia matrimonial y de agencia de servicios sociales; de mediador laboral; de empleador, etc. Mientras, el individuo que es consciente de que en el mercado de trabajo y en el mercado político es completamente intercambiable, capitaliza su propia subjetividad y tiene que luchar, denodadamente, bajo un esquema de darwinismo social.

Defina con ejemplos en dónde capitalizamos nuestra propia subjetividad.
Pues por ejemplo con nuestro coche en Uber, con nuestra habitación en Airbnb y en la competición del concurso y en de los “likes” Entonces, lo que tenemos es un baremo de lo que somos por personas o como sociedad y que se va reproduciendo, una y mil veces en nuestras pantallas. De manera que la gente dice que Operación Triunfo es una academia y olvida que los conservatorios no tienen fondos o que las bandas populares no reciben ni un sólo céntimo de los ayuntamientos.

Entonces ¿cree que a los espectadores de Operación Triunfo no les preocupa o no son conscientes de que los conservatorios no tengan dinero?
Creo que no le preocupa porque no son conscientes del sistema por el que están consumiendo cultura. Es el mismo que les formatea de determinada manera, que les denigra como sujeto político, económico, y ya no diremos social porque toda alianza personal está en venta, depende de la popularidad que te pueda dar un plató de televisión o en las redes sociales. Otro de los problemas es que determinados debates públicos o batallas culturales como el del LGTB o incluso los territoriales, se dan en Operación Triunfo, dentro de una plataforma de promoción de una marca o en los timelines de unos líderes políticos que compiten en figurar como fans de estos productos culturales para hacerse también su propia marca digital.

Al final, todos engordan a una industria de datos que extrae información sin haber sido consentida, que es utilizada de una manera ilegal o alegal, que ha llegado a una situación de monopolio y que en vez de dar poder al consumidor o al votante, lo que hace es restárselo: son sujetos pasivos de unos mecanismos de representación que creen propios y que, en cambio, les han sido enajenados con una función de lucro.

Dibuja un decorado que parece que es muy propio para el escenario de la industria digital y que, como has mencionado, no ejerce comunicación social. En el mismo plano ¿qué papel está jugando los medios?
Esta es una cuestión de puro cortoplacismo y de individualismo. Aquí hay una dejación de responsabilidad en materia de opinión en políticas públicas sobre la esfera pública por parte de la izquierda como por parte del Estado. Hay televisiones públicas que tienen telerrealidad con un afán de debate y de participación en los grupos sociales concernidos en la agenda de temas que van sacando. Obviamente, no sigue las reglas de la espectacularización, ni la dramatización al máximo y por supuesto, respeta la dignidad humana de las personas que participan, sobre todo, los derechos de privacidad y anonimato de aquellos que quieren estar presentes en un debate digital.

Pero todo esto es, simplemente, paternalismo por parte de unas instituciones públicas que no creen que la gente se pueda expresar por sí misma. No reconocen que la gente esté grabándose, editándose, representándose y que su función es ser una plataforma de difusión, precisamente para establecer las redes y las conexiones para que el tejido social se pueda comunicar; pero, por otro lado, ponen de manifiesto una dejadez absoluta en lo que se refiere a nuestras capacidades comunicativas en manos de las grandes empresas que funcionan creando los dispositivos (de código cerrado) y un mundo que se adapta a esa industria de datos que es realmente la que les está moviendo.

Aquí todos tenemos mucho que revisar. Por un lado, hay que iniciar la recuperación de un servicio público de RTVE con una función de expresión y que haga efectivo el derecho de acceso de la sociedad civil —que representa un artículo constitucional todavía no legislado— en nuestros entes autonómicos y estatales. De otra parte, hay que señalar a una intelectualidad y unos críticos de la izquierda que han despreciado todo aquello que no seguía el formato de unas culturas de la resistencia, de la movilización o de la antropología popular, y del folclore. Aquí hay un repliegue muy, muy fuerte tanto de partidos como de administraciones públicas, como de portavoces de la opinión pública.

En su libro habla sobre Usahili, un software que surgió para apoyar a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) pero también sirve para hablar de cómo se ha mitigado la potencia que las redes han aportado a la movilización social.Desde su punto de vista, ¿qué factores han podido facilitar esta desmovilización digital?
Toda tecnología de la comunicación pasa por un período de descontrol porque ni el Estado ni el mercado puede rentabilizarla ya que no la conocen en su profundidad. Son unos cuantos pioneros los que la desarrollan y, además están anclados a las inversiones en tecnologías previas.

Con el tiempo, todo este período de descontrol se convierte en control por parte del Estado, de ahí el Gran Hermano del que hablamos en la Dietética Digital. En el libro remarco que no es solo una opción individual, es una opción individual conectada a resultados acumulados a nivel social, y viene para controlar lo que representa la disidencia y futuros consensos de opinión pública que hay que gestionar, estallidos de debate público que pueden desestabilizar el statu quo. Por otro lado, está el hermanastro mercado —que ya casi ha sustituido al Estado— que lo que busca son datos que generen demanda y hacer la oferta más lucrativa, es decir, el negocio.

Sencillamente es lo que ha ocurrido. En treinta años de protocolos de internet, los pioneros han sido desplazados por la GAFAM.

¿ Y qué ha podido permanecer después de todo este control?
Quedan dos grupos. El primero es una legión de usuarios que no son conscientes que lo que se les presenta como gratuito es una fuente de lucro inmensa y de pérdida de autonomía personal y colectiva. El otro grupo lo componen personas que siguen desarrollando tecnologías en abierto y que construyen redes digitales siempre vinculadas a lo que es un proyecto colectivo off line. Estos últimos tienen claro que lo on line cobra sentido, cobra fuerza cuando existe una sinergia con lo off line.

A partir de aquí vienen otras cuestiones cosas como el solucionismo tecnológico que intenta solventar el problema financiero con el bitcoin o incluso llevan el bitcoin a los procesos de tomas de decisiones políticas, lo que se traduce en una despolitización de los intereses sociales en pugna a la hora de acomodar una tecnología a favor o en contra de determinados segmentos sociales o actividades productivas.

De todas formas, por todos los lados vemos artículos o debates televisivos en donde se está haciendo una cierta propaganda contra las redes ¿ Será que ya no se pueden exprimir más para nuestro uso personal? Y ¿qué tiene que ver la Macdonalización virtual en todo este discurso?
La función actual de las distopías y de la crítica a las redes es intervenir las redes por parte del gobierno y del mercado para controlar la disidencia política y el mercado de datos, monopolizándolo Respecto a lo segundo, el libro se llama Dietética digital porque tiene mucho que ver con la macdonalización. Es decir, la obesidad infantil solo existe cuando no existe comida en casa ni hay unas horas determinadas para comer. De igual manera, la comunicación en la familia solo existe cuando, a la hora de sentarse, no hay móviles, ni siquiera el de los padres por muy importante que sean sus trabajos.

Igual que McDonalds hace con la comida rápida, nosotros estamos haciendo generaciones de adolescentes adictos a las hormonas del placer, a la dopamina que genera cada click de igual manera que nos hacíamos adictos a la sal, al azúcar y a la grasa: nunca es suficiente y todos vamos muy puestos y muy pasados.

El proyecto no es cerrar internet, es imposible. No es erradicar los móviles, no es conveniente, es más: la gente que viaja en patera puede pedir ayuda gracias al móvil. Lo que tenemos que hacer es reprogramar y por eso el libro no es una llamada a alejarse, sino a comprobar que hay menús alternativos, que no sólo te hacen sentir a bien a ti, sino que se quiere hacer sentir bien al colectivo. Para ello, necesitamos reprogramar porque va a significar que tenemos capacidad de meternos en el cuerpo lo que nos de la gana, haciéndolo con con dispositivos de código abierto. Si reprogramamos, ganamos autonomía que es para lo que uno se comunica.

Hasta que podamos llegar a ese momento ¿qué es lo que nos espera inmediatamente?
Ante todo, tengo que decir que es muy curioso que hayamos pasado del tecnoutopismo —que también coincidía con la ideología californiana del neoliberalismo y de Silicon Valley— a la distopía. Pero te responderé que lo que viene es que el discurso apocalíptico-tenebrista de las redes, que apoya los desarrollos tecnológicos a favor del hermano estado y el hermanastro mercado. Léase: si la red está llena de fake news, el estado y sus medios “serios” (los que están subvencionados por él) serán los que dicten los que es verdad y lo que no lo es. Las compañías nos dirán: si no quieres publicidad engañosa, si no quieres que te bombardeen, yo me encargo de filtrártelo.

Estas distopías nos hacen olvidar que existe gente que está todo el tiempo cuestionando esos códigos cerrados y esas arquitecturas centralizadas. Es decir, nos hacen renunciar a todo lo que puede ser una utopía digital emancipatoria. Si queremos saber lo que va a ocurrir con las redes, tendremos que mirar a nuestra representación social, tendremos que llegar a los extremos a los que ha llegado los realities porque ahora es imposible que triunfe nada de telerrealidad si no coloniza las redes y por otro lado, es imposible que triunfe ninguna opción política que no funcione con los códigos de la telerrealidad y de las redes llevadas a las últimas consecuencias. Por ejemplo, Trump es el epítome de todo esto

También es curioso es que Trump es un producto que surge en los años 80.
Exacto, Trump es nuestro Gil y Gil pero con muchísimo más dinero, que controla mucho más que Marbella, que tiene muchos más chanchullos y más relaciones internacionales. Trump también es como Berlusconi porque controla un equipo de fútbol y convierte la industria del espectáculo de las celebrities, de las misses, y de los luchadores y gladiadores, en el Olimpo en el que todo trabajador norteamericano quisiera reinar y decidir como juez supremo. En las redes, lleva a la última expresión el marketing político (que es lo mismo que ha destruido la comunicación política) y Trump se convierte en una celebrity de un reality que ya ni necesita pagar publicidad en televisión porque sus primeros discursos son seguidos de la misma forma. En esas proclamas no se corta. Puede decir cualquier cosa en cualquier momento y hay que recordar que la máxima de la tensión para mantener la atención, es la máxima de la economía de la atención: la clave para secuestrar nuestra atención individual y pública. . ¿ Por qué? Porque ha explotado lo peor de nosotros mismos, igual que hacen los algoritmos de las redes

¿El presidente estadounidense es entonces el gran ejemplo de la manipulación mediática?
Trump es el troll por autonomasia que luego se convierte en el César digital. ¿Cuál es el juego? El juego electoral es muy perverso en las redes porque no se basa en que te voten los tuyos, sino en reafirmar a aquellos que son más fanáticos y convertirlos en un núcleo tan duro que cualquier otra opción se convierte en blandengue y que legitima una serie de cuestiones como la xenofobia, la LGTBfobia, la islamofobia o el racismo desde el discurso oficial. Lo que además hace Trump, con los mismos que hicieron el Brexit, es propagar soluciones que son meramente publicitarias que lo único que buscan es la aquiesciencia de quienes lo escuchan. Lo tercero que hace es desincentivar el voto del contrario, y al final, y aunque le votan dos millones ochocientas mil estadounidenses, logra puestos importantes en determinadas circunscripciones claves que le dan la presidencia. Acto seguido, sigue hablando, literalmente, de hechos alternativos. El primer hecho, el de la toma de posesión, tuvo más seguidores que en las anteriores. Algo que desmentían las propias imágenes áreas del evento.

¿Cuáles son los hechos alternativos para Trump?
Los que la gente quiere creer. Los que si nos son verdad, deberían ser ciertos.

¿Y las redes no sirven para poder sondear el voto en unas elecciones tan importantes como las de EE UU?
No cuando hablamos de Big Data porque no se utiliza con hipótesis o teorías previas, sino, simplemente, se van cruzando datos y variables a la espera de dar con un perfil o un resultado determinado. Para lo que se está utilizando el Big Data ahora en las redes es para intentar diseñar la oferta que va a ser producida al mínimo coste y con el máximo beneficio

Muchas de las personas que después de trabajar con Trump, igual que muchos de los periodistas que le siguen con especial atención creen que no se volverá a presentar porque es un gran bluff.
Trump no vende nada más que su propia marca. De hecho, con su marca, aparte de especulaciones inmobiliarias, vende, sobre todo, agua, moda y perfume. Es decir, aire con su marca. Trump llegó a la Casablanca para hacer nuevos acuerdos comerciales que le favorecieran exclusivamente a él. Ni siquiera creo que le importe ser destituido porque tendrá suficientes recursos y dinero para crear todos los reality shows y para manejar las redes con sus bots. Lo que me inquieta es que los movimientos sociales contra Trump sean más expresivos que políticos, es decir, que sean movimientos online, como el presidente. Me preocupa mucho más se haga una gran manifestación de mujeres en contra de algo tan reprobable como es el acoso y el abuso sexual, pero que sin embargo no tengan detrás ni sindicatos ni partidos, ni organizaciones feministas, ni redes de mujeres que estén trabajando por implementar políticas públicas o dinámicas comunitarias diferentes.

¿El hagstag puede ser #AsíNoEsSuficiente?
Sí, Están jugando a lo expresivo y de esto lo hubo —y mucho— en las cíber-multitudes del 15M y del Occupy. La gente se estaba reivindicando como sujeto político y comunicativo de pleno derecho, pero no tenía nada claro porque le faltaba las organizaciones y las instituciones de socialización y de movilización política.

Entonces, ¿qué peso han dejado Occupy y el 15M?
Son un estallido incontrolado, al comienzo, de unos sujetos que se reivindican como capaces de pero que en el fondo cubren su incapacidad de transformación material con una sobreproducción simbólica de hecho. Hay más documentales, libros, películas o novelas que programas políticos basados en el 15M.

En Diétetica Digital también hay un apartado sobre cómo se tratan las emociones en las redes y es usted muy categórico cuando dice que Facebook no quiere que te enamores.
¡Es tan obvio! Como tampoco quiere que tengas hijos porque te instalan en el mundo offline y eso impide a una estar todo el día disponible. No puedes estar chateando hasta las tres de la mañana. Zuckerberg tampoco quiere que des de mamar a tus hijos, de hecho, prohíbe los pezones. Facebook quiere una perfil activa, para consumir, de hecho, hace todo lo posible para que los familiares o amigos de personas que han fallecido sigan manteniendo el perfil de la persona muerta, activo: quieren un panteón digital

También me ha llamado la atención que narre la excelente relación de los millennials con la familia, sobre todo con los abuelos.
Por supuesto. El primer sentimiento fuerte que he visto en los millennials ha sido cómo sus primeras lágrimas —fuertes— han sido por sus abuelos, y sus abuelos jamás están en las cuentas de Instagram. A sus abuelos les dedican tiempo off line. Para ellos, la familia es lo más importante porque, supongo, que saben que es lo único que no está en venta. Es el único ámbito en el que ven que nada se compra y se vende. Es en el único entorno en el que ellos valen según los réditos que den a la familia. Esto nos habla muy bien de los humanos: dice que no todos somos lo que los diseñadores de la deepface (la que te lleva y te trae por sitios que ni tú quieres) o que los programadores de Facebook jamás sospecharon: que la naturaleza humana tiene algo consustancial a las redes de sociabilidad, a las redes de compromiso, a las redes exclusivas.

Es curioso que se hayan dado cuenta después de que hayan hecho estos diseños tecnológicos. Ellos han tenido hijos y, como los camellos inteligentes, no les dan a sus familias las drogas que venden: les prohíben las tablets hasta que tienen ocho años. En cambio, nosotros, los consumidores, nos metemos de todo.

¿Esta generación puede ser la que nos salve en este demoledor mundo virtual?
Puede haber varias, También es la generación de [Chelsea] Manning, de [Julian] Assange o a [Edward] Snowden o la de los periodistas que los han secundado o la multitud de iniciativas, insisto, de economía de intercambio; de solidaridad y autoayuda; de autonomía y emancipación y de autosostenibilidad. Sin una implicación de los colectivos y agentes sociales como son las familias, de los sistemas educativos y de los sistemas legales, Black Mirror no dejará de ser lo que es ahora: una descripción light de lo que ocurre

Una de las promesas que ha hecho en el libro es que, al acabar de escribirlo, iba a cerrar sus cuentas en las redes sociales, ¿lo ha hecho?
Después de haber sido víctima de esa ansiedad que te produce el pensamiento “me estoy perdiendo algo importante que me va a ayudar un montón”, he pasado a ser dueño de lo que creo que son los principios de la soberanía comunicativa: el tiempo. Mi abuelo decía que un señor lo es porque es dueño de su reloj. Él era médico rural y jamás llegó tarde, jamás se quedó dormido, de hecho recibió una medalla al trabajo. Esta historia me ha hecho pensar sobre la importancia de la vida, de los momentos y tengo claro que mi autonomía, mi soberanía comunicativa consiste en decirle a los demás: si me quieres, me tienes, pero desde luego, no en todo momento ni en toda ocasión. No cuentes en que me puedes conectar en todo momento.

Sé que tiene hijos y tengo una curiosidad, ¿ ve con ellos algún reality show?
Sí, y solo los veo con ellos. De hecho, nos inventamos cómo sería MasterChef en el que metiéramos solo las recetas de nuestras abuelas y nuestras madres. Es decir, sería puro procomún, no las recetas de unos señores que viven del aire.

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