Recetario

Plato 1 – Del Big Mac al Big Data

En el documental Super Size Me (2004), Morgan Spurlock (director y protagonista) demuestra la toxicidad de la comida basura con un experimento extremo: desayuna, almuerza y cena en McDonalds durante un mes. La iniciativa parte del rechazo de un juez estadounidense a reconocer el daño directo que la comida basura provocó en dos adolescentes, enfermos de obesidad y recluidos en casa. Los daños físicos y mentales en Spurlock son también evidentes; certificados por médicos y dietistas.

El documentalista tragaldabas nos permite pensar en los parecidos de la industria alimentaria y la tecnológica; más evidentes que nunca.

Con motivo de la COVID-19, la Comunidad de Madrid realizó un experimento semejante con unos 11.500 alumnos de las familias más desfavorecidas. Rescindió las contratas de los comedores escolares y llegó a un acuerdo con Telepizza, Rodilla y Viena Capellanes para suministrar menús infantiles a las familias más vulnerables. ¿Qué resultados darían unos análisis semejantes a los que se sometió Spurlock?

La Fundación Española de Nutrición, que homologa los menús escolares madrileños, cuenta con McDonalds, Coca-Cola, y Telepizza entre sus promotores. Las corporaciones alimentarias, que denunció Spurlock, siguen intentando modelar los gustos alimenticios de los más pequeños para imponerles una monodieta insana. Las empresas tecnológicas no van a la zaga en cuanto a hábitos digitales.

La analogía entre nuestras comunicaciones digitales y la fast food es evidente. Las tecnológicas también se lucran saturándonos de mensajes baratos y tóxicos, sin dejarnos digerir información veraz y dificultando una auténtica comunicación. Durante la cuarentena, el consumo de tecnologías privativas y cerradas aumentó exponencialmente.

A mediados de marzo, al arranque del confinamiento, el uso de Whatsapp subió un 698%; y el consumo de datos creció un 40% impulsado por el streaming de Netflix, Disney, HBO, Amazon Prime, etc. Las aplicaciones más descargadas durante el confinamiento fueron el servicio de videollamadas Zoom – traficante de datos personales con graves fallos de seguridad – y Tik Tok, saturada de problemas de acoso y privacidad de los menores, envío de datos a China, censura… La red social china arrasa entre la juventud y sirve de plataforma para la ultraderecha y los nuevos fascismos en todo el mundo.

Nos han sometido a un experimento que podría llamarse Super Like Me. Nos atiborran con “una serie de mitos, de un sistema estelar supuestamente falso creado y alimentado por la propia empresa”. Nuestra “marca digital” no genera autoestima, ni relaciones sociales sólidas ni verdadero valor económico. Tomemos conciencia y propongamos dietas alternativas.

Nos nos enganchamos a la comida basura por su sabor, sino por su efecto en nuestro cerebro. Está diseñada para ser consumida hasta el “umbral de éxtasis”: el punto de hartazgo, entre el placer y el desagrado. Facebook ha reconocido que también proporciona “sal, grasa y azúcar”. Como los “likes”, son falsas calorías: se consumen y queman en un santiamén; teniendo que volver a por más. Las interfaces manipulan la dopamina, un neurotransmisor responsable del comportamiento, la motivación, y el aprendizaje. Así, un dispositivo digital es un tutor con un programa pedagógico oculto: convertirnos en consumidores transparentes a las corporaciones.

Las tecnologías digitales corporativas son persuasivas y adictivas, saben cómo y cuándo darnos un “chute” de dopamina. Quieren mantenernos atentos a las pantallas, tras una gratificación tan instantánea como efímera. Siempre necesitados de mayores recompensas.

“Las empresas manipulan o explotan la biología de los niños”, dice el premio Pulitzer M. Moss en Adictos a la comida basura. Lo mismo aplica para la industria tecnológica. Formatea nuestras comunicaciones. Dicen fomentar la transparencia y la interactividad con servicios comunicativos gratis o low cost. Pero su negocio es extraer, explotar y comerciar con nuestros datos.

Las corporaciones alimentarias y tecnológicas ofrecen menús cerrados – al igual que su código, no se pueden modificar – y anteponen el negocio privado a las necesidades de las comunidades educativas: atienden las que dan beneficio. Google, Microsoft y Apple proporcionan (¿imponen?) el hardware -dispositivos- y software -programas- a los centros escolares.

Así obtienen un triple éxito: reciben grandes sumas de dinero público; se publicitan jactándose de apoyar a la educación; y crean clientes fidelizados. El entorno educativo se convierte en un espacio de experimentación corporativa con los sectores de la población cuyas competencias digitales están por desarrollar.

Trabajamos de manera invisible, inconsciente y permanente en el diseño, producción, distribución, promoción y consumo de los servicios de la industria tecnológica. Los clientes se convierten en trabajadores/piezas de una cadena de montaje digital. Es invisible, como los perfiles digitales y psicobiográficos que generamos y actualizamos constantemente.

Se ha impuesto la McDonalización, la actualización del taylorismo del XIX y el fordismo del siglo XX. Aplica cuatro reglas: eficacia, máximo beneficio con mínima inversión; cálculo, los números son el único criterio de evaluación; previsibilidad de los usuarios y futuros consumidores; y control, que establece las jerarquías y relaciones de poder. Juntas, imponen una monodieta tecnológica McDonalizada. Y nos recluyen en el Triángulo de las Bermudas Digital que absorbe nuestras energías: pantallas, franquicias de comida basura y el centro comercial, donde entramos ya de perfil, nos graban desde que entramos y está prohibido sacar fotos o filmar. Una metáfora de la Internet mercantilizada y de los “jardines amurallados” de las corporaciones tecnológicas. El ecosistema donde las grandes corporaciones nos quieren mantener confinados.

La alternativa saludable son las tecnologías libres. Libres para usarlas con cualquier propósito; para conocer su funcionamiento y modificarlas según las necesidades; para compartirlas con otros; y mejorarlas, publicando las actualizaciones para el beneficio común. Su uso fomenta la cooperación y la autonomía en vez de la competitividad y la dependencia. En lugar de clientelas cautivas, crea ciudadanía solidaria.

Nuestra iniciativa emparenta con los Comedores Escolares Autogestionados de la red Alimentar el Cambio. No se trata tanto de inventar como de aplicar y actualizar. El escenario dejado por la COVID-19 brinda la oportunidad de dar una respuesta colectiva y sostenible, que refuerce los movimientos cooperativos. Creemos un huerto, un comedor y un hacklab autogestionados en cada centro educativo.

“Si la pandemia de la COVID-19 es un “examen sorpresa” frente a previsibles colapsos sanitarios y alimentarios, estamos a tiempo de introducir cierta racionalidad en los debates sobre el futuro de nuestra alimentación”, dice Ángel Calle. Pedimos incorporar la tecnología digital a este debate.

Estas iniciativas entroncan con la administración pública, que debiera potenciarlas. El Instituto Nacional de Tecnologías Educativas y Formación del Profesorado (INTEF) depende del Ministerio de Educación. Es responsable de La Aventura de Aprender, la red de recursos educativos en abierto Procomún, y el Centro Nacional de Desarrollo Curricular en Sistemas No Propietarios (CEDEC). Son recursos e instituciones que debieran dejar de ser marginales para convertirse en claves de la “nueva normalidad”. Si no la construimos nosotros, ¿cuál nos será impuesta?

“La idea que ha ido avanzando poco a poco es que la clase, la escuela, sería una forma obsoleta de enseñanza que se debería sustituir por un sistema (que ya está en las entrañas de Google) en el que se realizarían test a los niños y niñas de una manera sistemática para saber cómo funcionan desde el punto de vista de su inteligencia. A partir de ahí, a cada individuo se le propondría un programa de enseñanza estrictamente personalizado que sería, evidentemente, vendido a las familias y que permitiría a los niños y niñas cursar en sus casas, en su ordenador, todas las asignaturas gracias a un servidor gigante potencialmente situado en la Islas Caimán ¡para evitar su control fiscal!” Philippe Meirieu. En la entrega del próximo sábado, más…


El documental se puede ver completo y en español en Youtube. Si te interesa la propuesta y quieres debatirla con nosotrxs te animamos a participar en un foro de discusión online, escribiéndonos a: info@dieteticadigital.net

3 comentarios en “Plato 1 – Del Big Mac al Big Data

  1. La voluntad de la persona, creo que determina o no que comas ese tipo de comida rápida, que todos sabemos no es la más sana.

    1. Hola Alberto,

      Precisamente ese es el debate que plantea el documental respecto a la libertad individual de cada uno para consumir este tipo de productos. Y nosotros trazamos la analogía con las tecnologías digitales corporativas argumentando que, al igual que McDonalds y compañía diseñan su comida para generar “enganche”, Facebook y demás emplean a ingenieros expertos en modificación de conductas para generar dependencia a su plataforma. Por ejemplo, con la manipulación de la dopamina.

Deja un comentario