Recetario

Plato 6 – El MasterChef que descubrió el pastel

Julian Assange, Edward Snowden y Chelsea Manning fueron pioneros en desobedecer el confinamiento tecnológico. Hoy están encarcelados o exiliados por “descubrir el pastel” de la vigilancia digital. Nos centramos en Snowden, aunque encarnan tres generaciones que han peleado por los derechos civiles en la Red.

Assange. El hacker. Siendo un cuarentón, este australiano desnudó al Pentágono y a la diplomacia de EE.UU. con la mayor filtración periodística de la historia; publicada por los diarios de referencia de todo el mundo. Snowden. El espía treintañero que trabajando para EE.UU. desveló que su gobierno y las compañías tecnológicas monitorizaban en comandita todas nuestras comunicaciones digitales. Y Manning. El alertador (whistleblower) que, siendo un marine queer que no llegaba a los 30 años, rompió varias barajas.

Aquel infante de marina, con carcasa de hombre y coraje de mujer, le pasó a Assange casi medio millón de registros de las guerras de Irak y Afganistán (el Vietnam de su/nuestra generación) y más de 250.000 cables diplomáticos de la Secretaría de Estado. Los descargó en varios CD, simulando que eran temas de Lady Gaga. Cuando le encerraron en una prisión militar era un chico (Bradley). Exigió algo inaudito y lo logró: un tratamiento para reasignarse como mujer (Chelsea). Y luego se presentó como candidata al Senado. Y volvió a prisión por negarse a declarar contra Assange…

Manning hackeó su cuerpo, tras hackear el mayor ejército y la administración más poderosa del mundo. Assange y su organización, Wikileaks, hackearon además la Prensa internacional. Ambos han pasado siete y diez años, respectivamente, de privación de libertad. A Manning le liberaron, tras un intento de suicidio este marzo pasado. Assange permanece en una cárcel para terroristas del Reino Unido, pendiente de ser extraditado a EE.UU. Ni las fotos de su gatito o de sus hijos, concebidos en la Embajada de Ecuador en Londres donde se había refugiado, le sacan del ostracismo.

Tres superhéroes opacados por los biopics/publirreportajes de (pongamos), Steve Job, Bill Gates o Mark Zuckerberg. Supervillanos vs. usuarios digitales emancipados. Convertidos, sin embargo, en protagonistas de chistes malos. Va el primero. El del contumaz violador australiano, que ayudó a Trump a ser presidente. Porque, con el apoyo de Putin, filtró unos cables que pusieron contra las cuerdas a H. Clinton… como si esta no estuviese ya contra las cuerdas. No contento, este “friki inaguantable” conspiró a favor del 1-O en Catalunya, también en tándem con el sátrapa ruso.

Bulos desmentidos.

Otro chiste, pero sobre Snowden. Uno de los 1.500 espías a los que EE.UU. permitía interceptar cualquier dispositivo del mundo vivía con su novia como un rey del Peloponeso en Hawai. Pero pasó a trabajar para Putin, sin sueldo ni domicilio fijo. Si vuelve a EE.UU. lo encarcelan.

Y va la broma final. Ninguna feminista o activista LGTBI lleva camisetas de Chelsea Manning. Los periodistas ya no reivindican a Assange. Les hizo ganar mucho dinero a cambio de nada. Pero les enseñó como podía/debía ser el periodismo de investigación del s.XXI: el Cuarto Poder en Red, en colaboración con el activismo digital, transnacional y mancomunado. Pero el feminismo miope crucificó a Assange como si fuese un miembro de “la Manada”. Olvidaba que nunca se negó a testificar. Y que ya no existen otro cargo contra él. Y que le esperan en EE.UU. para que le haga compañía a Manning. Snowden, pagado para combatirles, les defiende y se identifica con ellos sin ambages: “Si volviese a EE.UU. probablemente moriría en prisión”.

Hemos pasado el ecuador del banquete sabatino que nos estamos dando: la Dietética Digital para salir del confinamiento. Hoy toca elegir un documental o una peli de Oliver Stone. Cabe ponerse las botas con los dos. Pero nosotros proponemos Citizenfour, que narra en primera persona como Snowden filtró en 2013 la documentación de la National Security Agency (NSA) para la que trabajaba.

Hace apenas un mes, Barton Gellman publicó “Dark Mirror: Edward Snowden and the American Surveillance State”. Había cubierto el 11S y la Guerra contra el Terror para The Washington Post. Tiene un perfil próximo a Laura Poitras, la directora de Citizenfour, que también fue contactada por Snowden para filtrar los documentos de la NSA sobre la red global de espionaje digital. Poitras cuenta con dos documentales previos: My Country, My Country (2006, sobre la ocupación de Irak); y The Oath (2010, sobre la Guerra anti-yihadista). Con Citizenfour, que recibió el Pulitzer en 2014 y el Óscar al Mejor Documental en 2015, Poitras completa su trilogía sobre el post-11S. En 2012, había sido detenida e interrogada más de 40 veces en los aeropuertos norteamericanos. Dos años más tarde, vive exiliada en Berlín.

La amenaza bélica del yihadismo coincidió con la digitalización de nuestras vidas. El ataque a las Torres Gemelas justificó la monitorización digital de todo el planeta, aunando intereses estatales y corporativos. Las enormes bases de datos que empezábamos a generar ya permitían monitorizarnos como “terroristas potenciales” y conocer nuestros perfiles de consumo y publicitarios. El Estado y el Mercado tomaban por asalto Internet. Gracias a Snowden (que no ha sido ni el primero ni el último filtrador-alertador), conocemos los excesos del poder (político y económico) que nos vigila sin cortapisas.

Snowden contactó a un tercer periodista, con un perfil también fuera de lo corriente, Glenn Greenwald. Este abogado, especializado en derechos humanos y bloguero experimentado, cubrió la historia de Snowden para The Guardian. Y le acompaña en el hotel de Hong-Kong donde este se refugió y se filmó Citizenfour.

Snowden resulta un ciudadano digital ejemplar. Rehuye la fama a sabiendas de que muchos medios desviarían la atención a su figura. No decide qué debe sacarse a la luz, porque reconoce el importante rol de los periodistas en democracia. Su código ético y posición profesional bastan para sentirse un ciudadano cuya libertades civiles se ven amenazadas por el Estado y las corporaciones.

Como un auténtico nativo digital, añora aquel Internet “libre y sin restricciones”. Y lamenta que ahora amenace la libertad de pensamiento. Como un humanista digital, afirma: “me siento bien en mi experiencia humana sabiendo que contribuyo al bien de otros”. Snowden es, junto a Manning, el alertador de referencia. Siguieron la estela de William Felt (la Garganta Profunda que destapó el Watergate, forzando la dimisión de Nixon) y de Daniel Ellsberg, que, con los Papeles del Pentágono, reveló como EE.UU mantenía la Guerra de Vietnam a sabiendas de que la perdería.

Los alertadores denuncian las instituciones en las que trabajan porque carecen de poder para cambiarlas desde dentro. Los controles internos y externos no funcionan. Y la digitalización facilita copiar y difundir documentos que así lo revelan. Aunque también aumenta el riesgo, por la facilidad de rastrear la actividad digital. Por todo ello, los  altertadores deben contar con la ayuda de hackers.

No hablamos de ladrones y traficantes de información. Estos, llamados crackers, cobran de las corporaciones digitales y los servicios de espionaje, empresas y gobiernos. Los hackers, en cambio, son expertos informáticos que liberan información sin ánimo de lucro. Eran parte de las comunidades científicas que desarrollaron el embrión de Internet –ARPANET– para eludir el control político-militar y contribuir al conocimiento colectivo.

Alertadores, hackers y periodistas de investigación comparten objetivos: transparentar los excesos de las elites y redistribuir el poder, impulsando cambios colectivos, conscientes de las opresiones, injusticias y desigualdades. Conforman un contrapoder cívico que, como señala Xnet en nuestro país, exige leyes y recursos que lo protejan. De ello dependen la ciudadanía y la democracia digitales.

La ciudadanía digital se reclama como un público mayor de edad. Es consciente de los derechos y las responsabilidades que exige mantener vivos la conversación social (lo que hablamos) y el debate público (lo que decidimos). Fortalecer la democracia exige pensarnos como actores políticos y comunicativos de pleno derecho. Esto exige dotarnos de tecnologías libres, que nos den autonomía y conocimiento veraz. Y se materializa en una comunicación mancomunada: colaborativa y orientada al bien común. No se trata de sustituir el periodismo, sino de fortalecerlo.

El “cuarto ciudadano” teje con los periodistas un Cuarto Poder en Red que interactúa con los otros tres poderes. Y aprovecha el entorno digital para liberar información como servicio (al) público.

La ciudadanía digital no es una clientela. Debe ser co-propietaria (financiar y colaborar con los medios afines) y co-productora (genera y debate noticias). La disyuntiva es clara. O recibimos “información” patrocinada por las instancias (no necesariamente democráticas) del poder. O pagamos de nuestro bolsillo a los medios que protegen nuestros intereses; filtrándoles, además, los bancos de datos digitales con los que trabajamos y que denuncian a nuestros patrones.

Quienes opten por la primera opción son idiotas, en el sentido original de la palabra. En la Antigua Grecia, el “idiota” era el individuo egoísta, que busca el beneficio privado y se despreocupa de los asuntos públicos (idios: privado, de uno mismo). Quienes opten por la segunda, junto a alertadores, hackers y periodistas practicarán la parresía.

La parresía griega conlleva “decirlo todo”: emplear la libertad de expresión sin cortapisas. Tiene un componente crítico ineludible e implica ponerse en riesgo, porque cuestiona el status quo. Snowden es un parresiastés (practicante de la parresía) contemporáneo. Considera que denunciar la injusticia constituye una obligación ética y un deber cívico. Desvela el cinismo publicitario de las tecnológicas, que prometen servicios seguros y bajo nuestro control. Por otra parte, choca con los medios de comunicación convencionales, que no fiscalizan a sus patrocinadores ni a las plataformas digitales de las que ahora dependen.

Snowden demuestra que la parresía contemporánea exige protegerse digitalmente de la monitorización estatal y corporativa. Con una Red neutral y anónima, que está en vías de extinción. La neutralidad asegura que todo usuario tiene la misma capacidad de aportar y recabar información, con independencia de su identidad y el asunto que trate. El derecho al anonimato salvaguarda a los emisores más débiles, asegurándoles el derecho a decir NO. Algo imprescindible para mantener en pie nuestros derechos (online y off line) y la democracia. Algo no tan difícil de intentar.

Ilustración por Raúl Arias.

El sistema operativo libre TAILS es una distribución de Debian GNU/Linux que protege la privacidad y el anonimato. Es portátil: se instala en un USB y, después, en cualquier ordenador. Sus herramientas libres permiten trabajar y comunicarse de forma segura. Empléenlo. Convénzanse. Snowden lo usó durante las filtraciones que relata Citizenfour.


El documental puede visionarse en Filmin.

Si quieres comentar este episodio y/o los anteriores, escríbenos a: info@dieteticadigital.net.

Un comentario en “Plato 6 – El MasterChef que descubrió el pastel

Deja un comentario